jueves, 24 de marzo de 2011

La soledad del huelguista...

Mientras Vilca Fernández cosía sus labios dentro de la ambulancia, el panorama en la Francisco de Miranda era desolador: había más periodistas, camarógrafos y fotógrafos que sociedad civil. A cincuenta no llegábamos. Pónganle cuarenta, metan en ese saco a los de logística, y va que chuta la cifra. Políticos, ninguno; dirigentes estudiantiles, uno: Diego Sharifker, presidente de la FCU-UCV. Más nadie.

Era un poco más de la 1 PM y la transitada arteria víal mantenía su frenético ritmo: carros y gente iban y venían. Alguna que otra persona se paraba, veía a lados tratando se buscar respuesta y seguía. La vida transcurría como si tal al son de la cotidianidad caraqueña. Pero no allí y no para nosotros, a quienes el tiempo nos lo marcaban la ambulancia y lo que estaba sucediendo adentro.

Con el monóxido de carbono se respiraban en dosis iguales expectativa, tristeza y resignación. Todos sabíamos que iba a pasar precisamente lo que hubiésemos querido que no pasara y cada quien lo llevaba como podía. Unos fumando, algunos hablando, otros caminando de un lado a otro y así. Los camarógrafos, que tenían rodeada la ambulancia, eran la medida para saber cuan cerca o lejos estábamos del momento cumbre: cámaras arriba, se acerca; cámaras abajo, a esperar.

Y durante mucho tiempo estuvieron abajo y un par de veces subieron en vano. Hasta que se acabó lo que se daba: la puerta de la ambulancia se abrió, camarógrafos y fotógrafos a golpes y empujones, a trancas y barrancas, empezaron a hacer lo suyo, y Fernández salió. La imagen la tengo fresca: chaqueta tricolor, mirada abúlica, puño en alto y medio labio cosido. Lo dije en twitter y lo ratifico acá: fue fuerte.

Se trató de uno de esos momentos en los que algo se quiebra y se desbordan las pasiones: lágrimas de las señoras, aplausos de los señores, el himno entonado por alguna garganta, insultos, maldiciones y desconcierto general. Yo, que tiendo más a la parquedad y al estoicismo, respiré profundo y traté de buscarle el lado racional a lo que simple y llanamente era la imagen de la sinrazón y el sinsentido.

Y no lo digo por Fernández, cuya acción es discutible y yo particularmente no comparto, quien al final no es sino una víctima de varios verdugos: la indolencia criminal de un gobierno incapaz de atender un reclamo justo, la indiferencia abismal de una sociedad que habla y twittea mucho y muy bien pero no se mueve ni conmueve y mucho menos presiona ante un hecho así, y el sectarismo y celo casi suicidas de una dirigencia estudiantil que a veces se empeña en parecerse mucho -y en lo malo- a sus abuelos de la mal llamada cuarta.

"Aquí hay dignidad" fue lo que, como pudo, balbuceó al final. Yo le creí. Imposible no hacerlo viniendo de alguien que aún en el peor estado de indefensión y soledad se mantiene en su ley y lucha por lo que cree. Recordé a aquellos cantantes argentinos que son hermanos: "somos pocos, pero buenos". En este caso poquísimos. No digo más.

jueves, 24 de febrero de 2011

Huelguistas, parrilla e inspiración...

De los huelguistas de hambre tengo varias percepciones. Por un lado me parecen idiotas, por otro egocéntricos y por otro francamente admirables. Idiotas porque creen que una huelga de hambre puede ser un método de lucha, cuando luchar lo que implica es acción y nada más pasivo que sentarse a dejar de comer. Egocéntricos porque solo con un ego lo suficientemente inflamado es que se puede suponer que el mundo dejará de hacer lo que hace si tu no comes. Y admirables porque de verdad hay que tener coraje y creencias firmes para dejar de comer y poner en riesgo la vida por una idea o una causa.

Con todos sus defectos, los huelguistas son el último reducto de pureza y convicción en esta época de relatividad. Son el idealismo elevado a la idiocia, pero idealismo al fin. Quijotes de peor castellano que luchan contra totalitarismos inescrupulosos con la candidez del que ve en ellos molinos de viento. De allí que me originen sentimientos ambivalentes que se mueven entre la auténtica ternura que producen los equivocados de buena fe y la desesperanza que generan los que después de más de una década siguen sin entender nada. Pero también, y sobre todo, me suscitan respeto. Porque se juegan la vida por lo que creen sin hacerle daño a nadie.

Por eso lo de la parrillada psuvista frente a la sede de la OEA, donde se desarrollaba la huelga de hambre, cayó tan mal. Fue un acto absolutamente miserable que sirvió para dejar en evidencia la mendicidad moral, la ruindad de espíritu y la falta de principios de quienes la pretendieron hacer. Fue un acto cruel. De mala entraña, que dirían por allá en España.

En esa parrilla se condensó como pocas veces esa Venezuela que no quiero ni me gusta: la indolente, la que no respeta, la que se burla de todo y todos, la que no tiene límites, la que presume de la carne que come y la que cree que con un trozo de ella se pueden quebrantar voluntades y negociar principios. La que en definitiva carece de valores.

Y como ahora sufro de bloqueos, crisis de inspiración y demás cosas ridículas y snobistas -mea máxima culpa-, lo dejo hasta acá. Sé que a esto le faltan un par de párrafos para redondearlo, pero en fin...

domingo, 23 de enero de 2011

Sufrimiento caraquista...

A mediados de noviembre tenía encima una preocupación un tanto extraña. “¿Qué pasa que el béisbol no me está emocionando como siempre? ¿Será que ya no soy tan caraquista?”. Aunque la cosa podía parecer banal o pueril, para mí era grave y estaba tomando visos de tragedia: había transcurrido casi mes y medio de temporada y yo, fanático un tanto apasionado -caraquista con todas las de la ley, vamos-, no estaba para nada conectado con los Leones. No veía los juegos, no seguía al equipo, no estaba pendiente de los resultados. Nada de nada.

Sabía que el Caracas se la pasaba cruzando la frontera de los .500, que un día entraba y al siguiente salía de la clasificación, y que en resumidas cuentas le estaba yendo mal. Dentro de mis existenciales y filosóficas reflexiones no dejaba de preguntarme si inconscientemente era por eso, porque perdía, que yo no lo estaba siguiendo, lo cual me asustaba y a la vez asqueaba ya que significaba entonces que yo, que en temporadas pasadas me creía y sentía caraquista como el que más, no era en el fondo sino un pantallero, especie desagradable y un tanto despreciable compuesta, entre otros, por actores/actrices de Venevisión que se ponen la camiseta para que los/las ponchen en la transmisión, niñas bonitas y no tanto pero sifrinitas siempre que no saben quien es Orber Moreno, y pavitos BassProShop-Quicksilver que se quedan lelos cuando les hablan de un 'squeeze play'.

En esas se me pasaba noviembre hasta que, cuando la eliminación parecía inminente, decidí ponerme a ver los juegos. Como los buenos capitanes, me hundiría con el equipo. Me tragaría sus errores, me calaría sus derrotas, soportaría el chalequeo y, en fin, sufriría con ellos, lo que nunca haría un pantallero. Era la prueba de fuego y estaba dispuesto a tomarla.

Pasé el primer examen con el no-hit no-run del magallanero Antonhy Lerew, que lo sentí en el alma y me arrechó burda. Pero luego, milagrosa e inesperadamente, el equipo revivió. Y no solo revivió, sino que lo hizo de forma tal que terminó clasificando de primero al round robin. Eran días más que felices en los que cada juego significaba una alegría y ser caraquista era lo más fácil del mundo. Yo, por supuesto, me hallaba en constante estado de júbilo y me sentía conectado con el equipo. El clic se había pasado y la magia había vuelto.

La noche de la clasificación me encontré a los peloteros en el lobby del hotel y me emocioné como carajito con Niño Jesús. El solo hecho de verlos, tomarme una foto, darles la mano y felicitarlos hizo de aquella una gran noche que todavía recuerdo con cierta y feliz nostalgia. Era otro indicio, sin duda.

Sin embargo, eran tiempos de vacas gordas y en estos, insisto, todos son/somos caraquistas. Hasta que llegaron los tiempos de vacas flacas con su día D: el juego extra de ayer ante Tigres. Fue allí cuando terminé con las dudas estúpidas y las preguntas pendejas y me (re)confirmé caraquista de verdad y casta. Porque cómo dolió y qué mal se sintió ese juego.

Cada carrera de Tigres fue un golpe fuerte y cada ponche, rolling o fly de los Leones, un dolor. Los 6 últimos outs fueron estaciones de vía crucis, la cual más sufrida que la otra. Ligaba con fuerza, con todo, y como respuesta puras decepciones. Vi el último out casi con santa resignación y apenas se concretó apagué el TV. Dejé el radio prendido porque Fernando Arreaza y Humberto Acosta, si bien no daban consuelo –no existía nada que lo diera en ese momento-, al menos acompañaban en el duelo.

Fue una noche mala, muy mala. Tanto que a las 11 PM ya estaba acostado con la luz apagada. De fondo tenía el audio libro Desde el estadio con los Leones en el tiempo –gracias sean dadas a Mary Montes por grabarlo y a Bob Abreu por producirlo- en el que se relatan los mejores y más insignes episodios de esa “fábrica de sueños”, como la definió Padrón, que son los Leones del Caracas.

Así que entre la grandeza del Chico Carrasquel, el sensacional guante y mejor bate de Vitico, las inigualables hazañas de Urbano Lugo padre y Urbanito Lugo Jr., el poderío de Pete Koegel, los jonrones de Baudilio y Armas, los registros de Marcano Trillo, la clase de Vizquel en el short, la fuerza y carisma del gran Gato Galarraga, la simpatía y talento del Comedulce Abreu y, en resumidas cuentas, la gloria nunca igualada de este equipo, entre todo eso, decía, fue que dormí.

Lo hice triste, sí, pero confirmándome totalmente CARAQUISTA, en mayúscula, que es como debe escribirse. Porque estando en la derrota, que siempre es huérfana, es cuando uno se da cuenta de estas cosas y solo cuando se es CARAQUISTA una derrota puede doler y sentirse tanto.

Vendrán tiempos mejores, pero mientras, a sufrir otro poco. Lo dicho, no somos buenos perdedores y la derrota nos pone malos.

miércoles, 19 de enero de 2011

La llamada de Ugueth, el mitin de Hudgens, el bate de Kroeger y la reivindicación de Castillo


Que no iba a ser un juego fácil, eso estaba decretado: Caracas prácticamente se jugaba la vida, luego de 3 derrotas seguidas, ante su acérrimo y moderno rival de estos últimos años, los Tigres de Aragua, en su cuasi invicta casa, el José Pérez Colmenares de Maracay.

Que no iba a ser un juego normal, eso no estaba decretado pero se podía intuir desde el mismo momento en que Humberto Acosta contaba que al finalizar el juego del domingo Ugueth Urbina había llamado desde la cárcel a José Castillo y a Jesús Guzmán para recordarles en tono de regaño que la que vestían era la camiseta de los Leones del Caracas y que por ella debían, de ser necesario, dejar el "pellejo" en el terreno. Así que Ugueth, nuestro chico malo, el apagafuegos de casta y recta dura, la historia de final infeliz dentro de esta épica de humildad, pobreza y barrio que es el béisbol en Venezuela, dio el aldabonazo desde abismo donde su irracional actuar lo condenó, para ponerles los puntos sobre las íes a los caballos modernos y un tanto descarriados del equipo.

Hubo aparte de la llam
ada otro elemento extraño que hacía prever lo extraordinario del encuentro: un mitin convocado por Hudgens en el clubhouse antes de cantado el 'play ball'. Lo que se dijo o no, como sucede en estos casos, quedó entre los peloteros, el mánger y las paredes de la cueva, que a pesar de tener oídos, a conveniencia se quedan sordas.

Total que a las 7:30 PM del 17 de enero el Caracas saltó al terreno a jugarse la vida ante unos Tigres deseosos de quitársela y un público ávido de ver cómo la perdían.

La cosa, no obstante, comenzó bien. Blanco se embasó con un sencillo, Marwin "Maravilla" González lo llevó a 3ra y Kroeger al plato con par de hits, González anotó por error de Solarte, Guzmán recibió boleto y así, con dos carreras en la alta del primero, sin outs, 1ra y 2da llena, vino a batear "el soldado" Ryan...y de repente un toque. Un inexplicable toque. Otro de tantos. Ordenado por Hudgens -"quería sacarle dos carreras más con un hit grande a Rincón"- y castigado con implacable severidad por los dioses del béisbol -a Kroeger lo retiraron en 3ra y luego Castillo bateó para dobleplay-. De esa forma se abortó un gestante rally y se oxigenó a un asfixiado y tarambana Juan Rincón, que terminó lanzando 5 inings.


Los Tigres, por su parte, no se hicieron esperar: en el mismo primer ining empataron el juego -boleto a Romero y hits consecutivos de Ramos, Giménez y Milledge con 2 outs- . En la parte alta del 4to "El Tanque" Maldonado la sacó por el center y en la baja Milledge anotó con foul fly de sacrificio de Solarte.


En ese dame que te doy andaban, hasta que en el 5to los de Aragua acabaron con la paridad al anotar dos, y una más en el 6to. El juego estaba 3-6 y el estadio se venía abajo al grito de "eeeeeeeliminados". No eran buenos momentos para los caraquistas.


En la baja del 7mo par de carreras esperanzadoras para el Caracas y en la alta una expulsión que lucía cuasi-trágica: habiendo lanzado sólo una bola, Scott Patterson salía botado del encuentro luego de una acalorada disputa con el umpire Junior Chacón, que casi termina en golpes. Allí parecieron sonar las trompetas del apocalipsis caraquista, porque con Patterson se iba la garantía de un cero. En su lugar salió Víctor Gárate, quien se paró como un hombre en la lomita y sacando casta de león y brazo de campeón hizo los deberes y detuvo lo que en ese momento, sentíamos, era el desmoronamiento del equipo.

Desmoronamiento, no obstante, que volvimos a palpar, allí sí más claro, cuando abriendo el 8vo, con Padrón en 1ra vía boleto y Carlos Maldonado al bate -hasta ese momento de 3-2 con jonrón-, ordenó Hudgens otro de sus geniales toques. Como no podía ser de otra manera, el béisbol volvió a castigar al impenitente y díscolo mánager con un dobleplay que estaba más cantado que himno en primaria bolivariana, ya que si Maldonado es un tanque, Padrón es una nevera de dos puertas y ambos son el antónimo del sustantivo velocidad.

Después de ese dobleplay la cosa se puso verdaderamente negra; “muy fea”, que diría Beto Perdomo. Pero el béisbol es el béisbol, no se acaba hasta que se termina y 'justo cuando crees que lo tienes dominado, se voltea y te da un puñetazo en la nariz' -Mike Schmidt-.

Gregor Blanco, siempre diligente a la hora de la chiquita, abrió el 9no ining con sencillo al center. El toque estaba cantado y a la vez, dados los antecedentes, era temido, pero Marwin, no sin sobresaltos –al principio le salió un fly en faul-, lo hizo de “maravilla” y movió a Gregor a la 2da. Al bate vino Josh Kroeger en un turno que bien valía un MVP. Directo del bullpen le trajeron de regalito al zurdo Rich Rundles, efectivísimo ante siniestros, que rapidito lo puso en 0-2. Pero Kroeger fue mucho Kroeger. Sabía lo que se jugaba y lo que debía hacer: “Tenía que batallar ese turno ante Rundles. Había que empatar ese juego como fuera”, declaró luego. Así que con gringa frialdad pidió tiempo, abandonó el plato, entró al dogout y salió con bate nuevo. Demasiado jefe, como dijeron por allí.

Ligado por los millones de caraquistas que seguíamos la transmisión, con el futuro del equipo en su misterioso bate y el peso de tan enorme responsabilidad, no perdonó una recta alta y adentro del zurdo tigrero y la mandó a la izquierda. Con el batazo se silenció el estadio. Gregor corrió y anotó de pie, y Kroger, más pesadilla y más MVP que nunca, le puso un mundo a la carrera y de cabeza llegó quieto a la 2da, desde donde celebró entre eufórico, adrenalínico, exaltado y emocionado el haberlo hecho de nuevo, el haber respondido en la hora en la que valen los batazos y se demuestra de qué material está hecho el pelotero.

Con el juego empatado a seis, el Chucho Guzmán recibió boleto y Redman se ponchó tirándole. Quiso entonces el destino, que es caprichoso y siempre actúa de forma extraña, que hubiera cambio de pitcher para que José Castillo se enfrentara a Víctor Moreno. Duelo interesante tomando en cuenta que días antes, en El Universitario, Moreno humilló a Castillo con un ponche harto celebrado y que posteriormente en unas soberbias declaraciones el pitcher dijo que en aquella ocasión había boleado intencionalmente a Guzmán porque quería enfrentar a Castillo, al que tenía "dominado".

Total que el béisbol, tan implacable como generoso a la hora de las segundas oportunidades, se la ponía en bandeja de plata al caraquista: con un batazo se reivindicaría ante los fanáticos, ante Urbina -que lo veía desde la cárcel- y además se sacaría la espinita del ponche. Salvaría el honor. Claro que tampoco la tenía fácil: la versión de Víctor Moreno que tenía en frente era esa a la que "no le dan ni foul", como bien definió un comentarista de TV, y él, Castillo, no estaba, ni de lejos, como en los tiempos en los que El Universitario se le rendía al ritmo de El Hacha.

Pero algo tienen estos peloteros-caballos del Caracas. Un algo indefinible que los hace responder, luego de fallar infinidad de veces, en la hora menguada, la de los hombres. Y eso, responder, fue lo que hizo Castillo, "el dominado", cuando más se le requería: conectó un hit al left, que enmantequilló a Milledge -el béisbol ayuda- y se terminó convirtiendo en un doble productor de dos rayitas -Kroeger anotó, de cabeza nuevamente, desde la 2da; y Guzmán hizo lo propio en rauda carrera desde 1ra-. El pitado y despreciado Castillo se reivindicó, y de qué manera, ante todos y especialmente ante sí mismo, que vaya si lo necesitaba.

Juan Carlos Gutiérrez, que tampoco se había visto bien, fue el encargado de cerrar el 9no. Con una dinámica ponche, boleto, ponche, boleto, ponche, con la que nos puso de los nervios, logró el cometido. Cuando Luís Maza con 2 outs y en 2 strikes abanicó el envío de “Bola 8”, una inmensa emoción nos embargó a todos. En el terreno se vio una celebración grande, casi de campeonato, digna de una victoria que fue sufrida, trabajada, parida y, precisamente por eso, sentida.

Son estos juegos, los que se mueven entre lo divino y lo profano, lo mágico y lo mundano, en los que se beben hiel y miel, los que quedan inmarcesibles en la memoria y alimentan el anecdotario colectivo. Por eso esta larga crónica: para no olvidar.

viernes, 31 de diciembre de 2010

¿Feliz 2011? Sorry, pero me abstengo...

Hoy es 31 de diciembre de 2010, último día del año. Una especie de polvillo de buena voluntad recorre el aire y vía pulmones entra en el torrente sanguíneo y hace que todo el mundo esté feliz y contento, lleno de optimismo, esperanza y buenos deseos para el año que viene. Hoy, entre cenas suculentas, gaitas, fuegos artificiales, whisky, abrazos, felicitaciones y reencuentros familiares, la mayoría se entregará de lleno a la ficción del mundo maravilloso que llegará apenas el reloj marque las 12:00:01. Hoy, sin embargo, yo me abstengo.

No porque sea un Grinch, odie estas fiestas o me moleste ver a la gente feliz; todo lo contrario, soy de los que fácilmente se entrega a esta farsa de felicidad autoimpuesta que tan divinamente se vive y siente en estas fechas. Pero esta vez tengo la sensación, y más que eso la certeza, de que este 2011 va a de todo menos feliz.

Aquí están pasando cosas muy graves que no se pueden callar. Las elecciones como ejercicio de la soberanía y el pueblo como su encarnación han sido dejados sin efecto por la Asamblea Nacional al aprobar la reforma constitucional rechazada por la mayoría de los venezolanos en 2007 y al anular prácticamente las facultades y poderes de los parlamentarios de oposición, también votados por la mayoría del país en septiembre de este año.

Ya no estamos hablando de ese autoritarismo semi legal de puñalada y callejón mediante el cual se dieron el lujo de sacar del aire RCTV y 34 emisoras radiales, expropiar lo que les salía del forro de sus caprichos, quebrar al empresario que se les pusiera respondon, exiliar a unos pocos adversarios y apresar a otros. Ya no estamos hablando de ese ejercicio arbitrario, infantil e irresponsable del poder de estos últimos años. Ya de lo que estamos hablando es del desconocimiento de la voluntad popular expresada no en encuestas sino en elecciones, de eso que en riguroso uso del buen castellano se llama dictadura. Y así hay que decirlo. Llamarla de otro modo es ignorancia, cobardía o complicidad.

Por otro lado, ayer anunciaron una devaluación del 65%. La llamaron unificación porque pendejos hay en todos lados y periodistas sumisos dispuestos a no llamar las cosas por su nombre también. Pero devaluación o unificación el resultado será el mismo: medicinas y alimentos notablemente más caros el año que viene, y más inflación. Así que a partir de enero, todos, oligarcas y pueblo, seremos más pobres.

Por si fuera poco, el hampa asesinó a diecisiete mil venezolanos este año. Se lee rápido pero es una desgracia atroz, quizás la mayor de todas. Liceístas, militares, bebés, familiares de funcionarios del gobierno, empresarios, obreros, turistas. En plazas, hospitales, centros comerciales, barrios, urbanizaciones, discotecas y hasta iglesias. Por un blackberry, por unos zapatos, por una moto, por salir a divertirse una noche, por celebrar el logro de algún familiar o incluso por no tener plata. Por vivir en la Venezuela actual, vamos, que es el único delito imputable a estas víctimas.

Así llega el 2011. Lo confieso, nunca antes había temido realmente por mi porvenir y el de los míos. Nunca como ahora había sentido que me robaban el futuro. Hoy, cuando el reloj de las doce, por primera vez en estas más de dos décadas de vida tendré poco que celebrar y mucho, muchísimo, que temer. Hoy, con las campanadas, tendré forzosamente que replantearme todas mis metas, expectativas, planes y sueños. Qué mal pintas año entrante. Por eso, hoy, los que puedan, celebren por mí.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

A Héctor Fáundez: es la mentira; no el ateísmo



El pasado domingo apareció publicado en la sección de opinión del primer cuerpo de El Nacional un artículo titulado Religión y atraso firmado por Héctor Fáundez, el cual pretendía ser una especie de respuesta a la carta pastoral de Monseñor Roberto Lückert. Digo que pretendía y no que lo fue, ya que se trató de una respuesta no a lo que dijo el Arzobispo de Coro, sino a lo que su autor imaginó –o mal entendió, o mal interpretó- que dijo. De modo que el artículo terminó siendo una especie de pelea contra el humo, que no por absurda fue inofensiva.

Fáundez comenzó su escrito mencionando las prácticas de los ayatolás iraníes, la enseñanza oriental del karma, la destrucción que han dejado los terroristas islámicos, la prohibición de transfusiones sanguíneas de la secta Testigos de Jehová, lo que él llama el “apartheid” que se inició con la llegada de los judíos a Israel, el sincretismo religioso de los cubanos y haitianos, algunas prácticas medievales de la Iglesia Católica y algunas posturas actuales de la misma –oposición a la experimentación con células madres, por ejemplo-. Así que después de mezclar churras con merinas, que dirían en España, y declararse ateo con todas las de la ley, concluyó que religión y atraso van tan de la mano como Hansel y Grettel camino a casa de la bruja.

Argumentada de esa manera, partiendo de ejemplos tan concretos, metiendo en un mismo saco a religiones y sectas, y mezclando la práctica de la religión con la desviación y casi negación de la misma, su tesis resulta fácilmente rebatible. Pero más allá de eso, que al final entra dentro del terreno de lo discutible y lo opinable, hay un par de cosas en el texto de Fáundez que no admiten discusión alguna por lo comprobadamente falsas que son.

La primera de ellas tiene que ver con lo dicho por Lücker, de cuya mala lectura es que su desvía todo esto. Dice Don Héctor que su artículo surge: “porque Roberto Luckert, uno de los jerarcas de la Iglesia Católica venezolana, relacionó el atraso con ‘el ateísmo’”. Sin embargo, al buscar el texto original nos encontramos con que la única vez que aparece mencionada la palabra ateísmo es en el siguiente párrafo:

“[Al Cardenal Urosa se le citó a la AN por] haber calificado el socialismo marxista del cual se ufana el gobierno, como verdadero comunismo, que la Iglesia condena, porque fue el responsable del atraso y del ateísmo de algunos países”


De lo cual la única lectura que se puede extraer es que el comunismo les trajo a los países donde se practicó atraso y ateísmo. Ambas cosas están juntas en la frase no por ser equivalentes sino por ser consecuencias de ese tipo de régimen político. Entender eso como que el comunismo genera atraso y el atraso genera ateísmo, o que el comunismo genera ateísmo y el ateísmo genera atraso es interpretar muy mal –realmente mal- las cosas.

La segunda indiscutible tiene que ver ya no con una mala interpretación, sino con una mentira. Dice Fáundez:

“el padre Roberto Luckert consideraría una insensatez que alguien le señalara como cómplice del Papa Benedicto XVI que bendecía los ejércitos de Hitler y Mussolini

Para desmontar rapidito la falsedad de la frase basta con hacer una pequeña precisión cronológica: Mussolini murió el 28 de abril de 1945, Hitler se suicidó dos días después, el fin de la Alemania Nazi se dio con la capitulación de Keitel ante Zhúkov el 9 de mayo de ese mismo año y Joseph Ratzinger fue ordenado sacerdote seis años después, el 29 de junio de 1951; es decir, es imposible que bendijera esos ejércitos.

No sé si es que con el ateísmo recalcitrante que profesa Faúndez viene incluida también alguna incredulidad en el carácter lineal de la temporalidad del mundo bajo la cual sea totalmente factible que sacerdote ordenado en 1951 pueda retroceder algunos años para bendecir a unos ejércitos ya desaparecidos o qué. Pero sin duda, a la luz de la más elemental lógica, lo que dice el Don Hector no es sino una mentira.

Si una vez comprobada la imposibilidad de ocurrencia de la bendición marcial retrospectiva se ubican las dudas en su intencionalidad -es decir, Ratzinger no los bendijo no porque no quiso sino porque no pudo- basten entonces este par de citas del actual Papa:

“El nazismo es una ideología demoníaca”

Hitler fue un personaje demoníaco (…) así lo demuestra la manera en que ejerció el poder, el terror y el daño que provocó”

¿Son estas frases de un bendecidor en intención del nazismo y el fascismo? No.

Don Héctor puede ser todo lo ateo que le da la gana, como yo puedo ser todo lo creyente que me da la gana. Puede estar tan en contra de la religión como yo a favor, y eso no está mal. Ambos estamos en nuestros derechos tanto de estarlo como de expresarlo. El problema no es ese. El problema, para copiarle el estilo en la última frase, es la mentira; no el ateísmo.

jueves, 16 de septiembre de 2010

El Sarao


El Sarao” tiene algo, eso le dije a una amiga vía twitter. Un “algo” que se manifiesta, incluso, mucho antes de pisar el sitio, con solo mencionarlo. El nombre caribeño y tropical del local tiene fonética de leyenda. Uno lo ha oído siempre, pero no ha ido nunca. Porque no está de moda, porque ir al “El Sarao” no es in, por el prejuicio salsero, porque en frente mataron a un chamo, por esto y por lo otro. Motivos hay, vamos. Pero también curiosidad, esa que despiertan este tipo de lugares que se debaten entre el mito y la decadencia, y que fue precisamente la que me llevó a decir sí cuando me invitaron.

La ubicación no es mala. Está en la frontera entre Chacao y Altamira, a una cuadra de la Francisco de Miranda, en el Centro Comercial Bello Campo, una de esas estructuras de la Caracas “setentosa” que alberga tiendas, restaurantes, tascas, supermercados, pero que a la luz de los sambiles, tolones, recreos e, incluso, cccts ya no merece el nombre -¿o es adjetivo?- de centro comercial.

Se le entra bajando por la rampa del sótano –escaleras mecánicas y ascensores no son precisamente la norma en el Bello Campo- y allí está, por fin, después de tanto escuchar y elucubrar. Un pasillo que no es ni corto ni largo, bien iluminado, remembranza de antiguas colas y llenazos espectaculares, da la bienvenida. Al inicio, un cartel con todas las prohibiciones –franelas, shorts, zapatos de goma, pantalones rotos y pare usted de contar-; al fondo, un monitor con una toma de todo el pasillo.

El recibimiento lo da un vigilante, enfluxado, grande y con malas noticias, como casi todos: 100 BsF para entrar. ¿Por qué? Porque se celebra San Fermín en Pamplona o porque es viernes de cuarto menguante, cualquier excusa es buena. Total que billeticos marrones salen de las carteras y par de tickets entran en los bolsillos, los cuales, ¡santas promociones, Batman!, equivalen en la barra a 100 BsF en tragos. Después viene la requisa, bastante minuciosa, y bienvenidos todos, ahora sí, al templo menor de la salsa caraqueña: “El Sarao…al que nadie le quita lo bailao”.

Inmenso y tropical. Esos son los dos primeros adjetivos que vienen a la mente al entrar. Un largo pasillo central, dos barras, infinidad –y cuando digo infinidad, es infinidad- de mesas a los lados, una pista de baile, una tarima y mucho espacio. A lo largo del pasillo pantallas planas con algún juego de grandes ligas y sobre las mesas manteles con estampados caribeños. Es diferente, sin duda.

En su mayoría, al público se le podría definir con el coqueto y mercadeable eufemismo de “adulto contemporáneo”. De veintitantos para arriba. Venegorditos en camisa con sus veneculonas en mini-falda. Gerentes de corbata con sus ejecutivas de blazer. Tríos y cuartetos de mujeres solas, a quienes la soltería se les nota tanto como las ganas de dejarla. Hombres con sus muy mal disimulados cuarenta y dele sentados solos en la barra viendo que pescan. Y, créase que no, algunos grupos de gente más joven -entiéndase veintipiquito, porque esto tampoco es Area-. Todos muy arregladitos. Todos muy cuadros medios. Todos muy clase media.

En cuanto a música, la salsa es el género mayor…en las primeras horas. Suena y muy bien –y se baila mejor-, pero a medida que pasa el tiempo, este templo, esta basílica menor, hace gala de una especie de ecumenismo que la lleva a alternar un poquito con merengue ochentoso –“una fotografía, pam, pam, pam”-, un poquito con Proyecto Uno –“anoo-o-o-other night, otra noche sin tu amor”- y cuando uno menos se da cuenta ya está sonando el reggaetón. ¿Cóooooomo? Pues sí. No todo el tiempo porque puede haber rebelión en la granja, pero suena y también delata, vaya que sí. Explicarlo me resulta complicado: como casi todo, el baile también es generacional y allí se distingue claramente la generación que creció con reggaetón de la que creció sin reggaetón. No porque estos últimos vayan a sentarse cuando suena, todo lo contrario, un baile tan libidinoso es siempre una invitación a la pista, sino por la forma en que lo bailan, un “perreo” merenguero, que no es perreo ni es merengue y que tampoco luce mucho.

El del baño de caballeros es un capítulo aparte. Primero porque es inmenso, como todo en El Sarao, y tiene algo así como diez pocetas y diez urinarios. Segundo porque está limpio después de la 1:00 AM, virtud admirable donde las haya. Y tercero, last but not least, porque dentro hay una tiendita, una quincallita, un kiosquito, un puestico de venta, que le da al sitio ese detalle pintoresco que le faltaba para terminar de hacerlo diferente. Pero además de pintoresco, también es bastante útil ya que vende cualquier cantidad de chucherías –chicles, caramelos, chocolates, galletas-, cigarrillos detallados y, cuentan en Venezuela Jonron –esto ya no llegué a verlo-, condones, viagra, gelatina para el pelo, desodorante y rociadas de colonia a cada lado del cuello; es decir, todo lo que un caballero podría necesitar en casos de emergencia, que también las llegamos a tener.

De solidarios, los precios de las bebidas no tienen ni la ‘s’ –a 50 la cubalibre-. No así los de la comida -porque, sí, en El Sarao también venden comida-, que aparte de buena es barata y, cosa importante, abundante. Hablo por las empanaditas: diez –cinco de carne y cinco de pollo- por 20 BsF., aunque también había tequeños, croquetas y demás. Precisamente, cuando me comía una de las empanaditas, sonaba al fondo un merengue de los clásicos y veía a la gente bailar tuve la sensación de estar en una boda. Coleado, pagando y sin conocer a la novia, claro, pero boda al fin. Ésa es la mejor forma de definir el ambiente del local.

Luego, pasadas unas cuantas horas, llegó el momento de partir. A la salida, un atípico grupito de PM´s custodiaba la entrada. Atípico porque no robaban. Atípico porque no matraqueaban. Atípico porque estaban en la entrada de El Sarao, que finalmente es eso: un lugar atípico.