Que no iba a ser un juego normal, eso no estaba decretado pero se podía intuir desde el mismo momento en que Humberto Acosta contaba que al finalizar el juego del domingo Ugueth Urbina había llamado desde la cárcel a José Castillo y a Jesús Guzmán para recordarles en tono de regaño que la que vestían era la camiseta de los Leones del Caracas y que por ella debían, de ser necesario, dejar el "pellejo" en el terreno. Así que Ugueth, nuestro chico malo, el apagafuegos de casta y recta dura, la historia de final infeliz dentro de esta épica de humildad, pobreza y barrio que es el béisbol en Venezuela, dio el aldabonazo desde abismo donde su irracional actuar lo condenó, para ponerles los puntos sobre las íes a los caballos modernos y un tanto descarriados del equipo.
Hubo aparte de la llamada otro elemento extraño que hacía prever lo extraordinario del encuentro: un mitin convocado por Hudgens en el clubhouse antes de cantado el 'play ball'. Lo que se dijo o no, como sucede en estos casos, quedó entre los peloteros, el mánger y las paredes de la cueva, que a pesar de tener oídos, a conveniencia se quedan sordas.
Total que a las 7:30 PM del 17 de enero el Caracas saltó al terreno a jugarse la vida ante unos Tigres deseosos de quitársela y un público ávido de ver cómo la perdían.
La cosa, no obstante, comenzó bien. Blanco se embasó con un sencillo, Marwin "Maravilla" González lo llevó a 3ra y Kroeger al plato con par de hits, González anotó por error de Solarte, Guzmán recibió boleto y así, con dos carreras en la alta del primero, sin outs, 1ra y 2da llena, vino a batear "el soldado" Ryan...y de repente un toque. Un inexplicable toque. Otro de tantos. Ordenado por Hudgens -"quería sacarle dos carreras más con un hit grande a Rincón"- y castigado con implacable severidad por los dioses del béisbol -a Kroeger lo retiraron en 3ra y luego Castillo bateó para dobleplay-. De esa forma se abortó un gestante rally y se oxigenó a un asfixiado y tarambana Juan Rincón, que terminó lanzando 5 inings.
En ese dame que te doy andaban, hasta que en el 5to los de Aragua acabaron con la paridad al anotar dos, y una más en el 6to. El juego estaba 3-6 y el estadio se venía abajo al grito de "eeeeeeeliminados". No eran buenos momentos para los caraquistas.
En la baja del 7mo par de carreras esperanzadoras para el Caracas y en la alta una expulsión que lucía cuasi-trágica: habiendo lanzado sólo una bola, Scott Patterson salía botado del encuentro luego de una acalorada disputa con el umpire Junior Chacón, que casi termina en golpes. Allí parecieron sonar las trompetas del apocalipsis caraquista, porque con Patterson se iba la garantía de un cero. En su lugar salió Víctor Gárate, quien se paró como un hombre en la lomita y sacando casta de león y brazo de campeón hizo los deberes y detuvo lo que en ese momento, sentíamos, era el desmoronamiento del equipo.
Desmoronamiento, no obstante, que volvimos a palpar, allí sí más claro, cuando abriendo el 8vo, con Padrón en 1ra vía boleto y Carlos Maldonado al bate -hasta ese momento de 3-2 con jonrón-, ordenó Hudgens otro de sus geniales toques. Como no podía ser de otra manera, el béisbol volvió a castigar al impenitente y díscolo mánager con un dobleplay que estaba más cantado que himno en primaria bolivariana, ya que si Maldonado es un tanque, Padrón es una nevera de dos puertas y ambos son el antónimo del sustantivo velocidad.
Después de ese dobleplay la cosa se puso verdaderamente negra; “muy fea”, que diría Beto Perdomo. Pero el béisbol es el béisbol, no se acaba hasta que se termina y 'justo cuando crees que lo tienes dominado, se voltea y te da un puñetazo en la nariz' -Mike Schmidt-.
Ligado por los millones de caraquistas que seguíamos la transmisión, con el futuro del equipo en su misterioso bate y el peso de tan enorme responsabilidad, no perdonó una recta alta y adentro del zurdo tigrero y la mandó a la izquierda. Con el batazo se silenció el estadio. Gregor corrió y anotó de pie, y Kroger, más pesadilla y más MVP que nunca, le puso un mundo a la carrera y de cabeza llegó quieto a la 2da, desde donde celebró entre eufórico, adrenalínico, exaltado y emocionado el haberlo hecho de nuevo, el haber respondido en la hora en la que valen los batazos y se demuestra de qué material está hecho el pelotero.
Con el juego empatado a seis, el Chucho Guzmán recibió boleto y Redman se ponchó tirándole. Quiso entonces el destino, que es caprichoso y siempre actúa de forma extraña, que hubiera cambio de pitcher para que José Castillo se enfrentara a Víctor Moreno. Duelo interesante tomando en cuenta que días antes, en El Universitario, Moreno humilló a Castillo con un ponche harto celebrado y que posteriormente en unas soberbias declaraciones el pitcher dijo que en aquella ocasión había boleado intencionalmente a Guzmán porque quería enfrentar a Castillo, al que tenía "dominado".
Total que el béisbol, tan implacable como generoso a la hora de las segundas oportunidades, se la ponía en bandeja de plata al caraquista: con un batazo se reivindicaría ante los fanáticos, ante Urbina -que lo veía desde la cárcel- y además se sacaría la espinita del ponche. Salvaría el honor. Claro que tampoco la tenía fácil: la versión de Víctor Moreno que tenía en frente era esa a la que "no le dan ni foul", como bien definió un comentarista de TV, y él, Castillo, no estaba, ni de lejos, como en los tiempos en los que El Universitario se le rendía al ritmo de El Hacha.
Pero algo tienen estos peloteros-caballos del Caracas. Un algo indefinible que los hace responder, luego de fallar infinidad de veces, en la hora menguada, la de los hombres. Y eso, responder, fue lo que hizo Castillo, "el dominado", cuando más se le requería: conectó un hit al left, que enmantequilló a Milledge -el béisbol ayuda- y se terminó convirtiendo en un doble productor de dos rayitas -Kroeger anotó, de cabeza nuevamente, desde la 2da; y Guzmán hizo lo propio en rauda carrera desde 1ra-. El pitado y despreciado Castillo se reivindicó, y de qué manera, ante todos y especialmente ante sí mismo, que vaya si lo necesitaba.
Juan Carlos Gutiérrez, que tampoco se había visto bien, fue el encargado de cerrar el 9no. Con una dinámica ponche, boleto, ponche, boleto, ponche, con la que nos puso de los nervios, logró el cometido. Cuando Luís Maza con 2 outs y en 2 strikes abanicó el envío de “Bola 8”, una inmensa emoción nos embargó a todos. En el terreno se vio una celebración grande, casi de campeonato, digna de una victoria que fue sufrida, trabajada, parida y, precisamente por eso, sentida.
Son estos juegos, los que se mueven entre lo divino y lo profano, lo mágico y lo mundano, en los que se beben hiel y miel, los que quedan inmarcesibles en la memoria y alimentan el anecdotario colectivo. Por eso esta larga crónica: para no olvidar.
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