Hoy es 31 de diciembre de 2010, último día del año. Una especie de polvillo de buena voluntad recorre el aire y vía pulmones entra en el torrente sanguíneo y hace que todo el mundo esté feliz y contento, lleno de optimismo, esperanza y buenos deseos para el año que viene. Hoy, entre cenas suculentas, gaitas, fuegos artificiales, whisky, abrazos, felicitaciones y reencuentros familiares, la mayoría se entregará de lleno a la ficción del mundo maravilloso que llegará apenas el reloj marque las 12:00:01. Hoy, sin embargo, yo me abstengo.
No porque sea un Grinch, odie estas fiestas o me moleste ver a la gente feliz; todo lo contrario, soy de los que fácilmente se entrega a esta farsa de felicidad autoimpuesta que tan divinamente se vive y siente en estas fechas. Pero esta vez tengo la sensación, y más que eso la certeza, de que este 2011 va a de todo menos feliz.
Aquí están pasando cosas muy graves que no se pueden callar. Las elecciones como ejercicio de la soberanía y el pueblo como su encarnación han sido dejados sin efecto por la Asamblea Nacional al aprobar la reforma constitucional rechazada por la mayoría de los venezolanos en 2007 y al anular prácticamente las facultades y poderes de los parlamentarios de oposición, también votados por la mayoría del país en septiembre de este año.
Ya no estamos hablando de ese autoritarismo semi legal de puñalada y callejón mediante el cual se dieron el lujo de sacar del aire RCTV y 34 emisoras radiales, expropiar lo que les salía del forro de sus caprichos, quebrar al empresario que se les pusiera respondon, exiliar a unos pocos adversarios y apresar a otros. Ya no estamos hablando de ese ejercicio arbitrario, infantil e irresponsable del poder de estos últimos años. Ya de lo que estamos hablando es del desconocimiento de la voluntad popular expresada no en encuestas sino en elecciones, de eso que en riguroso uso del buen castellano se llama dictadura. Y así hay que decirlo. Llamarla de otro modo es ignorancia, cobardía o complicidad.
Por otro lado, ayer anunciaron una devaluación del 65%. La llamaron unificación porque pendejos hay en todos lados y periodistas sumisos dispuestos a no llamar las cosas por su nombre también. Pero devaluación o unificación el resultado será el mismo: medicinas y alimentos notablemente más caros el año que viene, y más inflación. Así que a partir de enero, todos, oligarcas y pueblo, seremos más pobres.
Por si fuera poco, el hampa asesinó a diecisiete mil venezolanos este año. Se lee rápido pero es una desgracia atroz, quizás la mayor de todas. Liceístas, militares, bebés, familiares de funcionarios del gobierno, empresarios, obreros, turistas. En plazas, hospitales, centros comerciales, barrios, urbanizaciones, discotecas y hasta iglesias. Por un blackberry, por unos zapatos, por una moto, por salir a divertirse una noche, por celebrar el logro de algún familiar o incluso por no tener plata. Por vivir en la Venezuela actual, vamos, que es el único delito imputable a estas víctimas.
Así llega el 2011. Lo confieso, nunca antes había temido realmente por mi porvenir y el de los míos. Nunca como ahora había sentido que me robaban el futuro. Hoy, cuando el reloj de las doce, por primera vez en estas más de dos décadas de vida tendré poco que celebrar y mucho, muchísimo, que temer. Hoy, con las campanadas, tendré forzosamente que replantearme todas mis metas, expectativas, planes y sueños. Qué mal pintas año entrante. Por eso, hoy, los que puedan, celebren por mí.
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