viernes, 31 de diciembre de 2010

¿Feliz 2011? Sorry, pero me abstengo...

Hoy es 31 de diciembre de 2010, último día del año. Una especie de polvillo de buena voluntad recorre el aire y vía pulmones entra en el torrente sanguíneo y hace que todo el mundo esté feliz y contento, lleno de optimismo, esperanza y buenos deseos para el año que viene. Hoy, entre cenas suculentas, gaitas, fuegos artificiales, whisky, abrazos, felicitaciones y reencuentros familiares, la mayoría se entregará de lleno a la ficción del mundo maravilloso que llegará apenas el reloj marque las 12:00:01. Hoy, sin embargo, yo me abstengo.

No porque sea un Grinch, odie estas fiestas o me moleste ver a la gente feliz; todo lo contrario, soy de los que fácilmente se entrega a esta farsa de felicidad autoimpuesta que tan divinamente se vive y siente en estas fechas. Pero esta vez tengo la sensación, y más que eso la certeza, de que este 2011 va a de todo menos feliz.

Aquí están pasando cosas muy graves que no se pueden callar. Las elecciones como ejercicio de la soberanía y el pueblo como su encarnación han sido dejados sin efecto por la Asamblea Nacional al aprobar la reforma constitucional rechazada por la mayoría de los venezolanos en 2007 y al anular prácticamente las facultades y poderes de los parlamentarios de oposición, también votados por la mayoría del país en septiembre de este año.

Ya no estamos hablando de ese autoritarismo semi legal de puñalada y callejón mediante el cual se dieron el lujo de sacar del aire RCTV y 34 emisoras radiales, expropiar lo que les salía del forro de sus caprichos, quebrar al empresario que se les pusiera respondon, exiliar a unos pocos adversarios y apresar a otros. Ya no estamos hablando de ese ejercicio arbitrario, infantil e irresponsable del poder de estos últimos años. Ya de lo que estamos hablando es del desconocimiento de la voluntad popular expresada no en encuestas sino en elecciones, de eso que en riguroso uso del buen castellano se llama dictadura. Y así hay que decirlo. Llamarla de otro modo es ignorancia, cobardía o complicidad.

Por otro lado, ayer anunciaron una devaluación del 65%. La llamaron unificación porque pendejos hay en todos lados y periodistas sumisos dispuestos a no llamar las cosas por su nombre también. Pero devaluación o unificación el resultado será el mismo: medicinas y alimentos notablemente más caros el año que viene, y más inflación. Así que a partir de enero, todos, oligarcas y pueblo, seremos más pobres.

Por si fuera poco, el hampa asesinó a diecisiete mil venezolanos este año. Se lee rápido pero es una desgracia atroz, quizás la mayor de todas. Liceístas, militares, bebés, familiares de funcionarios del gobierno, empresarios, obreros, turistas. En plazas, hospitales, centros comerciales, barrios, urbanizaciones, discotecas y hasta iglesias. Por un blackberry, por unos zapatos, por una moto, por salir a divertirse una noche, por celebrar el logro de algún familiar o incluso por no tener plata. Por vivir en la Venezuela actual, vamos, que es el único delito imputable a estas víctimas.

Así llega el 2011. Lo confieso, nunca antes había temido realmente por mi porvenir y el de los míos. Nunca como ahora había sentido que me robaban el futuro. Hoy, cuando el reloj de las doce, por primera vez en estas más de dos décadas de vida tendré poco que celebrar y mucho, muchísimo, que temer. Hoy, con las campanadas, tendré forzosamente que replantearme todas mis metas, expectativas, planes y sueños. Qué mal pintas año entrante. Por eso, hoy, los que puedan, celebren por mí.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

A Héctor Fáundez: es la mentira; no el ateísmo



El pasado domingo apareció publicado en la sección de opinión del primer cuerpo de El Nacional un artículo titulado Religión y atraso firmado por Héctor Fáundez, el cual pretendía ser una especie de respuesta a la carta pastoral de Monseñor Roberto Lückert. Digo que pretendía y no que lo fue, ya que se trató de una respuesta no a lo que dijo el Arzobispo de Coro, sino a lo que su autor imaginó –o mal entendió, o mal interpretó- que dijo. De modo que el artículo terminó siendo una especie de pelea contra el humo, que no por absurda fue inofensiva.

Fáundez comenzó su escrito mencionando las prácticas de los ayatolás iraníes, la enseñanza oriental del karma, la destrucción que han dejado los terroristas islámicos, la prohibición de transfusiones sanguíneas de la secta Testigos de Jehová, lo que él llama el “apartheid” que se inició con la llegada de los judíos a Israel, el sincretismo religioso de los cubanos y haitianos, algunas prácticas medievales de la Iglesia Católica y algunas posturas actuales de la misma –oposición a la experimentación con células madres, por ejemplo-. Así que después de mezclar churras con merinas, que dirían en España, y declararse ateo con todas las de la ley, concluyó que religión y atraso van tan de la mano como Hansel y Grettel camino a casa de la bruja.

Argumentada de esa manera, partiendo de ejemplos tan concretos, metiendo en un mismo saco a religiones y sectas, y mezclando la práctica de la religión con la desviación y casi negación de la misma, su tesis resulta fácilmente rebatible. Pero más allá de eso, que al final entra dentro del terreno de lo discutible y lo opinable, hay un par de cosas en el texto de Fáundez que no admiten discusión alguna por lo comprobadamente falsas que son.

La primera de ellas tiene que ver con lo dicho por Lücker, de cuya mala lectura es que su desvía todo esto. Dice Don Héctor que su artículo surge: “porque Roberto Luckert, uno de los jerarcas de la Iglesia Católica venezolana, relacionó el atraso con ‘el ateísmo’”. Sin embargo, al buscar el texto original nos encontramos con que la única vez que aparece mencionada la palabra ateísmo es en el siguiente párrafo:

“[Al Cardenal Urosa se le citó a la AN por] haber calificado el socialismo marxista del cual se ufana el gobierno, como verdadero comunismo, que la Iglesia condena, porque fue el responsable del atraso y del ateísmo de algunos países”


De lo cual la única lectura que se puede extraer es que el comunismo les trajo a los países donde se practicó atraso y ateísmo. Ambas cosas están juntas en la frase no por ser equivalentes sino por ser consecuencias de ese tipo de régimen político. Entender eso como que el comunismo genera atraso y el atraso genera ateísmo, o que el comunismo genera ateísmo y el ateísmo genera atraso es interpretar muy mal –realmente mal- las cosas.

La segunda indiscutible tiene que ver ya no con una mala interpretación, sino con una mentira. Dice Fáundez:

“el padre Roberto Luckert consideraría una insensatez que alguien le señalara como cómplice del Papa Benedicto XVI que bendecía los ejércitos de Hitler y Mussolini

Para desmontar rapidito la falsedad de la frase basta con hacer una pequeña precisión cronológica: Mussolini murió el 28 de abril de 1945, Hitler se suicidó dos días después, el fin de la Alemania Nazi se dio con la capitulación de Keitel ante Zhúkov el 9 de mayo de ese mismo año y Joseph Ratzinger fue ordenado sacerdote seis años después, el 29 de junio de 1951; es decir, es imposible que bendijera esos ejércitos.

No sé si es que con el ateísmo recalcitrante que profesa Faúndez viene incluida también alguna incredulidad en el carácter lineal de la temporalidad del mundo bajo la cual sea totalmente factible que sacerdote ordenado en 1951 pueda retroceder algunos años para bendecir a unos ejércitos ya desaparecidos o qué. Pero sin duda, a la luz de la más elemental lógica, lo que dice el Don Hector no es sino una mentira.

Si una vez comprobada la imposibilidad de ocurrencia de la bendición marcial retrospectiva se ubican las dudas en su intencionalidad -es decir, Ratzinger no los bendijo no porque no quiso sino porque no pudo- basten entonces este par de citas del actual Papa:

“El nazismo es una ideología demoníaca”

Hitler fue un personaje demoníaco (…) así lo demuestra la manera en que ejerció el poder, el terror y el daño que provocó”

¿Son estas frases de un bendecidor en intención del nazismo y el fascismo? No.

Don Héctor puede ser todo lo ateo que le da la gana, como yo puedo ser todo lo creyente que me da la gana. Puede estar tan en contra de la religión como yo a favor, y eso no está mal. Ambos estamos en nuestros derechos tanto de estarlo como de expresarlo. El problema no es ese. El problema, para copiarle el estilo en la última frase, es la mentira; no el ateísmo.

jueves, 16 de septiembre de 2010

El Sarao


El Sarao” tiene algo, eso le dije a una amiga vía twitter. Un “algo” que se manifiesta, incluso, mucho antes de pisar el sitio, con solo mencionarlo. El nombre caribeño y tropical del local tiene fonética de leyenda. Uno lo ha oído siempre, pero no ha ido nunca. Porque no está de moda, porque ir al “El Sarao” no es in, por el prejuicio salsero, porque en frente mataron a un chamo, por esto y por lo otro. Motivos hay, vamos. Pero también curiosidad, esa que despiertan este tipo de lugares que se debaten entre el mito y la decadencia, y que fue precisamente la que me llevó a decir sí cuando me invitaron.

La ubicación no es mala. Está en la frontera entre Chacao y Altamira, a una cuadra de la Francisco de Miranda, en el Centro Comercial Bello Campo, una de esas estructuras de la Caracas “setentosa” que alberga tiendas, restaurantes, tascas, supermercados, pero que a la luz de los sambiles, tolones, recreos e, incluso, cccts ya no merece el nombre -¿o es adjetivo?- de centro comercial.

Se le entra bajando por la rampa del sótano –escaleras mecánicas y ascensores no son precisamente la norma en el Bello Campo- y allí está, por fin, después de tanto escuchar y elucubrar. Un pasillo que no es ni corto ni largo, bien iluminado, remembranza de antiguas colas y llenazos espectaculares, da la bienvenida. Al inicio, un cartel con todas las prohibiciones –franelas, shorts, zapatos de goma, pantalones rotos y pare usted de contar-; al fondo, un monitor con una toma de todo el pasillo.

El recibimiento lo da un vigilante, enfluxado, grande y con malas noticias, como casi todos: 100 BsF para entrar. ¿Por qué? Porque se celebra San Fermín en Pamplona o porque es viernes de cuarto menguante, cualquier excusa es buena. Total que billeticos marrones salen de las carteras y par de tickets entran en los bolsillos, los cuales, ¡santas promociones, Batman!, equivalen en la barra a 100 BsF en tragos. Después viene la requisa, bastante minuciosa, y bienvenidos todos, ahora sí, al templo menor de la salsa caraqueña: “El Sarao…al que nadie le quita lo bailao”.

Inmenso y tropical. Esos son los dos primeros adjetivos que vienen a la mente al entrar. Un largo pasillo central, dos barras, infinidad –y cuando digo infinidad, es infinidad- de mesas a los lados, una pista de baile, una tarima y mucho espacio. A lo largo del pasillo pantallas planas con algún juego de grandes ligas y sobre las mesas manteles con estampados caribeños. Es diferente, sin duda.

En su mayoría, al público se le podría definir con el coqueto y mercadeable eufemismo de “adulto contemporáneo”. De veintitantos para arriba. Venegorditos en camisa con sus veneculonas en mini-falda. Gerentes de corbata con sus ejecutivas de blazer. Tríos y cuartetos de mujeres solas, a quienes la soltería se les nota tanto como las ganas de dejarla. Hombres con sus muy mal disimulados cuarenta y dele sentados solos en la barra viendo que pescan. Y, créase que no, algunos grupos de gente más joven -entiéndase veintipiquito, porque esto tampoco es Area-. Todos muy arregladitos. Todos muy cuadros medios. Todos muy clase media.

En cuanto a música, la salsa es el género mayor…en las primeras horas. Suena y muy bien –y se baila mejor-, pero a medida que pasa el tiempo, este templo, esta basílica menor, hace gala de una especie de ecumenismo que la lleva a alternar un poquito con merengue ochentoso –“una fotografía, pam, pam, pam”-, un poquito con Proyecto Uno –“anoo-o-o-other night, otra noche sin tu amor”- y cuando uno menos se da cuenta ya está sonando el reggaetón. ¿Cóooooomo? Pues sí. No todo el tiempo porque puede haber rebelión en la granja, pero suena y también delata, vaya que sí. Explicarlo me resulta complicado: como casi todo, el baile también es generacional y allí se distingue claramente la generación que creció con reggaetón de la que creció sin reggaetón. No porque estos últimos vayan a sentarse cuando suena, todo lo contrario, un baile tan libidinoso es siempre una invitación a la pista, sino por la forma en que lo bailan, un “perreo” merenguero, que no es perreo ni es merengue y que tampoco luce mucho.

El del baño de caballeros es un capítulo aparte. Primero porque es inmenso, como todo en El Sarao, y tiene algo así como diez pocetas y diez urinarios. Segundo porque está limpio después de la 1:00 AM, virtud admirable donde las haya. Y tercero, last but not least, porque dentro hay una tiendita, una quincallita, un kiosquito, un puestico de venta, que le da al sitio ese detalle pintoresco que le faltaba para terminar de hacerlo diferente. Pero además de pintoresco, también es bastante útil ya que vende cualquier cantidad de chucherías –chicles, caramelos, chocolates, galletas-, cigarrillos detallados y, cuentan en Venezuela Jonron –esto ya no llegué a verlo-, condones, viagra, gelatina para el pelo, desodorante y rociadas de colonia a cada lado del cuello; es decir, todo lo que un caballero podría necesitar en casos de emergencia, que también las llegamos a tener.

De solidarios, los precios de las bebidas no tienen ni la ‘s’ –a 50 la cubalibre-. No así los de la comida -porque, sí, en El Sarao también venden comida-, que aparte de buena es barata y, cosa importante, abundante. Hablo por las empanaditas: diez –cinco de carne y cinco de pollo- por 20 BsF., aunque también había tequeños, croquetas y demás. Precisamente, cuando me comía una de las empanaditas, sonaba al fondo un merengue de los clásicos y veía a la gente bailar tuve la sensación de estar en una boda. Coleado, pagando y sin conocer a la novia, claro, pero boda al fin. Ésa es la mejor forma de definir el ambiente del local.

Luego, pasadas unas cuantas horas, llegó el momento de partir. A la salida, un atípico grupito de PM´s custodiaba la entrada. Atípico porque no robaban. Atípico porque no matraqueaban. Atípico porque estaban en la entrada de El Sarao, que finalmente es eso: un lugar atípico.

viernes, 27 de agosto de 2010

Marta y Pedro comentan, a la memoria de Pedro Penzini Fleury.

Ha muerto Pedro Penzini Fleury, farmaceuta y destacado locutor radiofónico. Mentiría si dijese que fui un admirador o fiel oyente suyo. Sin embargo, tiene ganado un lugar especial en mi memoria por una tertulia que compartía con Marta Colomina, de la que fui aficionado escucha mientras duró. Acá unas líneas sobre ese programa a manera de homenaje.

Brille para él la luz perpetua y descanse en paz. Amén.


PPF: “Honda, the power of dreams, presenta esta conversación entre Marta Colomina

MC: “Y Pedro Penzini, buenas noches Pedro”.

Han pasado ya algunos años desde que se emitió la última tertulia, pero las recuerdo como si fueran ayer. 7:30 PM, Éxitos 99.9 FM, luego de despedir a sus 18 patrocinantes, Pedro Penzini Fleury, con su cuidadosa e impecable pronunciación del inglés, leía el slogan de Honda y arrancaba la tertulia. Espacio memorable donde los hubiera, marcó pauta en la radio y se convirtió, por lo menos para mí, en el mejor programa de aquellos días duros.

Marta y Pedro formaron una improbable y extraordinaria dupla radiofónica. Ambos eran totalmente distintos. Él calmado, ella apasionada. Él con voz de locutor, ella con voz hmmm diferente. Él moderado y conciliador, ella defensora irrestricta de sus ideas y pensamientos. Él light, ella sal y pimienta. Dos estilos opuestos de hacer radio, dos maneras distintas de asumir el periodismo, dos personalidades dispares que gracias a los azarosos vientos del destino se juntaron un día y formaron dinamita.

Los inicios de la tertulia, contó Pedro Penzini alguna vez a la revista Producto, fueron mera casualidad, ya que al terminar su programa a Marta le tocaba leer los titulares del noticiero en ese estudio. Siempre precavida, la Colomina llegaba con varios minutos de antelación durante los cuáles se ponía a comentar con Pedro la actualidad del día. Y así, de la informalidad de la conversación cotidiana, nació el espacio. Honda, con un ojo avizor envidiable, decidió patrocinarlos y se hizo la magia.

No sé si el fanatismo altera el recuerdo, pero tengo la impresión de que buena parte del país se paralizaba a esa hora para escucharlos. El espacio, al menos, fue calificado por Producto como “uno de los más sintonizados de la radio” y sin duda de los más comentados. Como en los deportes, había rivalidades: los que apoyaban a Marta y los que apoyaban a Pedro.

La tertulia era Marta en su más pura esencia. Ella misma decía que cuando la hacía no hablaba la Marta Colomina periodista, sino la Marta Colomina ciudadana y que por eso mismo durante los minutos que duraba el programa se permitía una serie de cosas que en los otros no. Sus siempre ácidos comentarios se volvían limón puro en el espacio, y sus constantes críticas, al igual que su voz, subían de tono. Pero eso sí, siempre apelando al dato certero, a la información veraz y basándose en hechos reales; de allí que en la larguísima trayectoria recorrida por el programa la única vez que las palabras abogados, tribunales o demanda se escucharon fue en el 2002 por un asunto de un apartamento del entonces presidente de la AN, William Lara, el cual no tengo idea de cómo terminó.

Lo que la gente más suele recordar eran las peleas entre ambos. Marta se apasionaba como ella sola sabe hacerlo y cuando Pedro, un caballero en todo momento, trataba de contradecirla ardía Troya. Los “¡Pero, Pedro!” y “¡Por Dios, Pedro!” se escuchaban casi con frecuencia de muletilla mientras él trataba de arreglar y calmar la cosa. Tan tranquilo era que la única vez que le alzó la voz y se le puso duro fue noticia y en NoticieroDigital apareció un titular que si la memoria no me traiciona, y vaya si lo hace, decía: “¡Se arrechó Pedro!”. Lamentablemente no recuerdo exactamente por qué fue, sólo sé, y no sé por qué, que fue el mismo día en que Nicolás Maduro fue nombrado Canciller.

Si de recordar se trata, recuerdo todo lo que Pedro sufría para poder terminar la conversación a las 7:45 PM, cosa que muy pocas veces lograba. A eso de las 7:42 PM ya comenzaba a decirle a Marta que había que ir concluyendo, y ella “sí, Pedro y seguía con otra información. Y así pasaban los minutos. Uno sentía la tensión de Pedro tratando de encontrar algún silencio de Colomina para poder colarse y despedir, y la de ella tratando de hablar rápido y sin pausa para que no la interrumpieran. Y cuando por fin lo lograba: Marta, ya nos tenemos que ir”, ella: “Un segundito, Pedro, que esto del CNE es importante”, “Pero Marta”, “Ya voy, Pedro, elevando la voz: “No, Marta, que hay que irnos”, “Bueno, pero se me quedó mucho material importante, que habrá que leer mañana”, “Así será. Y cuando son las 7:49 PM nos despedimos”. Tanto dio el agua al cántaro hasta que lo reventó y la tertulia se extendió, ahora sí oficialmente, hasta las 7:50 PM, lo que por supuesto no impidió que más de una vez se saliera de hora.

La única nota discordante fue el final del programa, que no le hizo honor a su notable trayectoria. Las presiones y la “ley mordaza” lograron su efecto y vino la “moderación mediática” que Colomina profetizó en su mensaje de despedida de Televen. El programa fue movido para el mediodía y no volvió a ser lo que era. No sé cómo explicarlo pero la magia de las 7:30 PM se perdió. Y así hasta que un día hubo una desavenencia entre ellos en vivo y directo, ella abandonó el programa y de esa manera terminó un espacio memorable que comenzó como una tertulia improvisada y terminó siendo una leyenda de la radio.

lunes, 23 de agosto de 2010

Andrés "venenito" Izarra, a propósito de la risa en CNN


Lo contaban los periodistas que lo tenían como jefe en El Observador: Andrés Izarra, el hoy flamante presidente de Telesur, colocaba en su escritorio un pote de agua con el rótulo “veneno” y a los reporteros, sobre todo a los de sucesos, y que diga Noé Pernía si es verdad o no, les pedía eso: “veneno” y “sangre”. El legendario noticiero de RCTV vivió con Andrés “venenito, como lo llamaban en el canal, una de las épocas más sensacionalistas y también exitosas de su historia, que todo hay que decirlo. El primer negro se le dedicaba totalmente a sucesos y en Venevisión no hallaban qué hacer con “El Informador”. Eran tiempos en los cuales el yerno de Antonio Ledezma se jactaba de haber sido editor de América Latina de la hoy “pornográfica” CNN y editor de asignaciones de la siempre complaciente NBC de los USA.

Fue precisamente en CNN, otrora motivo de su orgullo y causa de su arrogancia, donde el ex ministro de comunicación protagonizó el lamentable episodio que lo ha puesto nuevamente en la palestra. Mientras Roberto Briceño León describía con la precisión que solo dan las cifras la tenebrosa situación que vivimos los venezolanos en materia la inseguridad, Izarra inició su performance de badboy y comenzó a reírse a mandíbula batiente. Como cualquier niño rico de colegio del este cuando es regañado por una profesora, pero más sobreactuado. La risita le salió forzosa y se le sintió fingida, y la gracia que pretendía se le convirtió en una morisqueta de indolencia y crueldad. Quizás es que está falto de espejos, pero el mandamás de Telesur parece no haberse dado cuenta de que las canas y las entradas lo delatan, de que las pataletas de malcriadito –“yo desde aquí los mando al infierno”, dijo una vez refiriéndose a la prensa- si antes no le quedaban ahora menos, y de que a estas alturas de la vida no puede andar dándoselas de chulito o patiquincito, que diría Teodoro.

Cuando le tocó hablar lo vimos remedando, de muy mala manera, porque esa noche nada le salió bien, a Chávez. Como un hijo que se bebió los genes de la madre y trata de copiar el patrón de conducta de un padre al que no se parece en nada, pero mucho peor. Como Servando y Florentino cantando Techos de Cartón o Álvaro Vargas Llosa escribiendo novelas. Así, tal cual. La postura, el manoteo, los “¡hermano!”, “¡compadre!” soltados intencionalmente en medio del discurso, todo lo delataba porque nada le lucía.

Total que su intervención en el programa fue un fiasco. Estólida por un lado y ridícula por el otro. Tan mala resultó que José Vicente, el“viejito perverso”, tuvo que salir a alcahuetearlo bajo su personalidad marciana y lo único que atinó a decir fue que Izarra se reía del bigote de Briceño León. Pero qué va. Ni con estupideces como esas ni con genialidades como las que nunca le he leído podía sacarle las patas del barro a Andresito.

Es lo que pasa con los yuppies, que creen que por no usar corbata ya son revolucionarios. Aman al pueblo en sus discursos, pero como esposa se buscan a una González Capriles. Hablan mucho de barrios y pobreza, pero compran apartamentos en el “Alameda Classic” de El Rosal y en Santa Paula. Les tocan el tema de la inseguridad y como no la padecen se la toma a chiste. Se jactan de su “venenito” y termina envenenados.

martes, 17 de agosto de 2010

LIBROS: ¿Por quién doblan las campanas?


Después de haberla tenido guardada un buen tiempo, decidí por fin leer Por quién doblan las campanas de Ernest Hemingway. La conseguí barata en una librería de Sábana Grande y aunque el tema bélico no es de mis favoritos pensé que solo por un título como ese y por haber tenido su autor el tino de escoger la reflexión de John Donne para empezarla merecía ser leída.

Así que aprovechando que estaba de vacaciones en un pueblo donde no había mucho que hacer y me estaba quedando en un hotel en el que servían la cena a las 7:00 PM y después a la habitación, pues dediqué las noches a entrarle a las más de seiscientas páginas de la que es considerada una de las mejores obras del afamado autor estadounidense, ganador, entre otros, del Nobel.
.
Y si elegí el verbo "entrarle" no fue por mera casualidad, ya que al principio me resultó bastante difícil comenzar a leer la novela. No engancha de entrada y es con un poco de empeño y fe en Hemingway, sobre todo eso, que se superan esas primeras páginas y se consigue uno, entonces sí, con el libro prometido. Un libro bueno, pero que a veces, me parece, y puede que en esto influya mi gusto anti-bélico, pierde el ritmo. Sucede precisamente cuando describe, con mucha precisión y poca gracia, las escenas de batallas, ataques, combates o sus preparativos, que se tornan confusas y muy difíciles de imaginar. Capítulos como el del ataque al campamento de "El Sordo" me llegaron a parecer, incluso, hasta prescindibles.

A pesar de esto, el libro goza de suficientes elementos como para brillar con luz propia. Puede que su mayor mérito sea captar en su más pura esencia todo lo que implica y significa una guerra civil. En tres días y con pocos personajes, Hemingway captura la guerra entera y cómo la vive y padece el pueblo llano, encarnado en esos "guerrilleros" con los que Robert Jordán se ve obligado a convivir para llevar a cabo su misión. La frase: "Nadie está exento. La guerra ha llegado y se ha llevado a todo el mundo por delante" resulta tan significativa como reveladora en cuanto muestra cómo el conflicto armado fue algo de lo que nadie pudo escapar y terminó siendo asunto de todos.

Como en toda guerra civil, la mayoría de los combatientes no son soldados entrenados para ella, sino gente común y corriente, por eso las reflexiones, sobre todo en voz del viejo Anselmo, en el capítulo 15, acerca de lo que significa matar tienen gran valor. A él no le gusta hacerlo, se siente fatal cuando le toca, llora, lo atormenta la sola idea y pasa buena parte de su tiempo reflexionando al respecto y pensando en la penitencia que luego habrán de realizar todos para expiar y pagar por los asesinatos cometidos. Allí queda en evidencia uno de los peores aspectos de la guerra: su capacidad de arrastrar y transformar a gente buena en asesinos, aún en contra de su voluntad. Y más cuando, como se dice en alguna parte del libro: “En una guerra uno nunca mata a quién querría matar. Bueno, casi nunca”.

Me llamó mucho la atención la pérdida de Dios y de la religión dentro del bando republicano, peleado con la iglesia. Expresiones como "la semana santa del que era Nuestro Señor" o "cuando teníamos un Dios" son comunes en ellos y sin embargo en los momentos cruciales muchos terminan rezando partes del Padrenuestro el Avemaría o la Salve. Pero a falta de Dios o religión está "la república". Ese concepto, del que cada quien piensa algo distinto y nadie sabe con certeza lo que es, termina siendo la utopía, esa cosa idealizada que sirve de aliciente cuando el ánimo y las ganas bajan o, peor aún, cuando llega la hora de matar. Es el fin supremo que justifica los medios. Toda acción, aunque el sentido común, la moral o los principios digan lo contrario, se justifica si ayuda a y es en pro de la república. Allí queda desnuda la lógica de la guerra: puede que esté mal, puede que no queramos, pero si es por la república se hace...lo triste es que al final, y esto se aprecia muy bien en el libro, nadie sabe con qué y cómo se come eso de república.

Una de las cosas que hay que agradecerle a Hemingway es haber tenido la suficiente amplitud mental como para no hacer una novela militante y panfletaria. A pesar de su simpatía por la causa republicana y a pesar de que Robert Jordán lucha con los republicanos contra los fascistas, en la novela se muestran de algún modo ambas caras de esa moneda de horror que fue la Guerra Civil española. La narración de Pilar de la toma “republicana” de su pueblo y la de María de la toma fascista del suyo, ambas con sus respectivas matanzas y dosis brutales de barbaridad e ignominia, permiten tener una noción clara de lo que fue ese conflicto de lado y lado.

De hecho, no faltan críticas para el bando republicano. Sin embargo, en lugar de detenerme en ellas me gustaría hacerlo en par de demoledoras frases que surgen de las reflexiones de Robert Jordán:

“¿Hubo jamás un pueblo como éste, cuyos dirigentes hubieran sido hasta ese punto sus propios enemigos?”

“Dios tenga piedad de los españoles. Cualquiera de sus dirigentes los traiciona”
.
Sobran las palabras.

Con respecto a los personajes, el mejor de todos para mí fue Pilar, en quien con gran maestría Hemingway logró retratar a la mujer fuerte y severa de la España profunda. La españolidad, toda, se condensa en ella. Desde su forma de hablar hasta su fuerte carácter, pasando por la simpatía, el folclorismo, el gusto por el “cotilleo” y todas esas cosas que la convierten en el arquetipo de la española.

Por el contrario, María, el conejito, fue para mí un personaje insoportable. Gafa, tan insípida como el agua, sumisa hasta lo indigno e ingenua hasta la oligofrenia, todos sus diálogos eran cursis y empalagosos. En vez de ternura despertaba lástima, y en vez de ganas de protegerla, lo que generaba eran ganas de pegarle a ver si dejaba la estupidez. Con ella la trama romántica del libro, que tenía su peso e importancia, se diluyó completamente. ¡Y pensar que a Ingrid Bergman le tocó representar ese papel en el cine!

Podría seguir escribiendo sobre la novela, pero ya el cansancio puede conmigo. Si de concluir se trata diré que la experiencia de leerla ha sido bastante buena: Es un novelón, en el mejor sentido del término, totalmente recomendable, bien escrito, con unas reflexiones bastante acertadas, que permite (re)vivir de cerca lo que fue ese cruento episodio en la historia de España y que además, ya al final, te permiten entender por qué Donne tuvo razón cuando dijo que las campanas doblan por ti. Y me hubiese despedido con esa frase, pero lo hago con otra en la que Hemingway retrata en voz de Jordan a los españoles:

“Esta gente es maravillosa cuando es buena. No hay gente como ésta cuando es buena, y cuando es mala no hay gente peor en el mundo”

No se diga más.

viernes, 6 de agosto de 2010

Hermano: una buena película de barrio


Después de tanto buen comentario, tanto halago y tanta cosa decidí ver Hermano, película venezolana ganadora de tres premios del Festival Internacional de Cine de Rusia, pero que, a juzgar por todo lo oído y leído, iba ya camino a los Globos de Oro y en vía del Oscar.

Pues bien, la verdad es que el lunes salí del cine bastante perplejo y lleno de dudas. ¿Era esa película que acababa de ver la que decían que parecía de todo menos venezolana? ¿Era ese el film que iba a romper con los esquemas, arquetipos y clichés román-chalbaudianos? ¿Fue lo que vi en esos noventa minutos el “nuevo” cine venezolano que, ahora sí, nos va a elevar a la estratósfera del cine mundial?

Pues la verdad es que no.

Yo seguí viendo el mismo barrio, las mismas pistolas, los mismos malandros de siempre y escuchando las groserías de toda la vida con uno que otro neologismo estrato E. ¿Qué fue lo nuevo? ¿El fútbol? Sí, pero ¿era determinante? Aunque pudiera parecer lo contrario, en realidad no era más que parte de la forma, un elemento prescindible y sustituible sin el cual se podía contar la misma historia. De haberlo cambiado por béisbol, basket o, incluso, ya que andan tan de moda, por una de las Orquesta Juveniles de Abreu, en nada variaba la esencia de la película. El deporte rey no me pareció sino una excusa para otro drama de barrio en un año mundialista y con el Caracas FC como campeón, cosa que como estrategia, sí, es válida y buena, pero hasta allí.

Así que del cuentico de película futbolera poco, y del de innovadora como que tampoco.
.
Ahora bien, ¿es necesariamente malo todo drama de barrio? No, y creo que Hermano es la muestra de ello: que hay películas de barrio que pueden llegar a ser si no excelentes –hasta ahora no he visto la primera que merezca ese calificativo- sí al menos digeribles y aceptables.

La historia tiene una carga dramática enorme, un final devastador y desmoralizante –mas no por ello menos real- y un mensaje que llama a la reflexión. He allí, quizás, su mayor virtud: que te lleva a pensar, lo cual es muy diferente a decirte qué pensar, como hacían en otras películas. Y eso, creo, viene dado por el acercamiento a la realidad del barrio, que, si bien es explotada con el mismo morbo de siempre, al menos se hace de una forma un poco más objetiva y menos interesada, sin esa especie de “yo-acuso” contra la sociedad en general y el espectador en particular tan común antaño. En pocas palabras: que no se trata de un panfleto que agita los complejos sociales ni estimula el odio de clases. Que no es hora y media de lamentos y monsergas contra “ellos” que lo tienen todo y “nosotros” que no tenemos nada. Que por fin se sale del cine sin cargar sobre la espalda con el peso endilgado de una realidad que no es culpa -mas sí problema, ojo- de uno.

A nivel actoral creo que está bien. Me ha gustado que en lugar de poner a las estrellitas de la tele a fingir acentos, poses y ademanes que les resultan tan impropios, cuando no incómodos, hayan buscado a par de chamos que, novatos o sí, al menos hacían creíbles los personajes. Uno veía al espabilado con cara de Raúl y al moreno grandulón que hacía de su hermano y se los creía. Parecían lo que representaban, aun cuando lo que representaban a veces caía en el saco roto del estereotipo y la frase hecha. Digo: que el hermano menor era muy, muy, bueno, no tomaba, no bailaba, quería irse temprano de las rumbas, se levantaba a hacer abdominales, impedía que su hermano mayor fuera un asesino, jugaba buen futbol, se sacrifica hasta lo increíble por el otro y se la pasaba agradeciendo a “mi mamá, que me salvó la vida”; vamos, un dechado de virtudes encarnado en un dieciseisañero de barrio.

Con lo que tiene que ver con fotografía, planos, tomas y tal, no digo ni ñe porque de lo que no sé no hablo y crítico formal de cine no soy. Solo un simple espectador que opina de lo que vio y ya. ¿Y qué fue lo que vi? Una película de barrio con toques de fútbol. Buena, sí, pero de barrio. Punto.

domingo, 1 de agosto de 2010

Postales del interior [I]

[I]: Sucedió en la ciudad, digo, pueblo, de Maracay. Estaba yo con mi papá acompañándolo a hacer un trabajo, dejamos el carro en un estacionamiento de los de antes, esos que están al nivel de la calle, en los que el piso tiene piedras y grama, los carros se estacionan donde pueden porque no hay líneas que los orienten, el tiket es un papelito con la hora anotada a mano y son atendidos por un señor en camiseta, blue-jean y un calzado que va a medio camino entre la alpargata, la babucha y el zapato.

Cuando íbamos de salida nos encontramos con la sorpresa de que estábamos siendo trancados por un carro blanco, elevado por un gato, sin el caucho trasero de la izquierda y sin dueño aparente. Nos acercamos a la choza con techo de zinc que hace las veces de caseta y allí estaban muy sentadotes y muy sonreidotes el que atiente el estacionamiento junto a un viejito pelo blanco, que resultó ser el dueño del carro. Así que después de plantearle el problema –“tenemos que irnos y su carro nos tranca”- el señor, tranquilazo él, dijo: “No, espérense a que me traigan el caucho de repuesto”. Quienes conozcan a mi papá –es decir, ninguno de uds- entenderán cómo y por qué no pasaron ni cinco minutos entre el momento cuando el señor pronunció la infausta frase hasta nuestra salida en carro del estacionamiento. Eso es normal. No así la reacción del dueño del carro, que se indignó todo, nos trató de desconsiderados y todavía no entiendo ni por qué ni cómo se convirtió casi en la víctima del asunto. Es decir, viene, se mete en el estacionamiento de su amigo, para su carro donde le da la gana, le quita el caucho, se sienta a hablar con el “compa”, pretende que uno espere infinidad de tiempo mientras le traen otro caucho y encima se molesta cuando lo cambia. No, pues. Pero pasó en Maracay.

viernes, 30 de julio de 2010

¡Qué pena, Cilia!



Ahora resulta que la señora Cilia Flores no salió contenta de la reunión con el Cardenal Urosa. Que detrás de toda esa docilidad y todo ese sosiego lo que había era una gran inconformidad reprimida. Que la insistencia en destacar los puntos de encuentro entre ellos y Urosa –“eso es lo importante”, decía- no era sino el “puro teatro” que inmortalizó la Lupe.

Así que ayer explotó y sacó “to´lo que llevaba dentro”, que dirían las folklóricas españolas. Se quitó el incómodo disfraz de mujer civilizada, dejó a un lado el falso acento dialogante y se despojó de las pestañas postizas de la conciliación. Volvió, pues, a ser la Cilia de toda la vida: la sicaria del idioma –“le vamos a dar respuesta a uno por uno los puntos”-, la fiel discípula de Perogruyo –“el Cardenal trajo un comunicado pre-elaborado”-, la imitadora chimba de Cantinflas –“ratificó que había dicho lo que dijo”-, la de esclarecidas ideas –“él ha opinado…que ha dicho…que…ehhh…este gobierno”-; en fin, la de siempre.

No era de extrañar. Si algo se puede decir de Cilia es que ella toda es un inmenso océano de contradicciones. Se dice cristiana como la que más, pero peregrina a la India para visitar a Sai Baba. Le dice al Cardenal que el pueblo “quiere escuchar sus argumentos” y prohíbe la transmisión televisada de su intervención. Grita “Patria, Socialismo o Muerte”, pero usa bufandas Luis Vuitton. Sale mansita de la reunión con Urosa y a los dos días se la dedica completica.

Eso, precisamente, fue lo que hizo ayer: dedicársela de cabo a rabo al Cardenal porque cometió el pecado de fijar, cito textualmente: “una posición política…posición política de oposición…de oposición al gobierno”.

Pobre Cilia, aparte de hablar como niña de tres años parece que o no leyó el documento de Urosa o si lo leyó no lo entendió ni un poquito, y eso que estaba fácil. Allí precisamente se extraía una cita del Concilio Vaticano II:

"Es de justicia que la Iglesia pueda (...) dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden POLÍTICO cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas"

Que en criollo significa: puede la iglesia dar su opinión en materia política al requerirlo las circunstancias. Sin embargo, Cilia, la empecinada y terca Cilia, siguió en lo suyo: no se pueden meter en política, y para demostrarlo citó el artículo 6 del Concordato Venezueia-Vaticano de 1964:

“Antes de proceder al nombramiento de un Arzobispo u Obispo diocesano, o de un Prelado Nullius (…) la Santa Sede participará el nombre del candidato al Presidente de la República, a fin de que éste manifieste si tiene objeciones de carácter po­lítico general que oponer al nombramiento...”

De cuya lectura extrajo la siguiente y brillante conclusión:

Aquí ya se establece que las objeciones son de carácter político…o sea…esto te induce y te infiere que no pueden ellos incursionar ni asumir posiciones políticas”

Lo que demuestra que ella es arbitraria hasta razonando. Porque está de cajón que solo se pueden tener objeciones del tipo político ante un elemento político. Si existiera la prohibición que se inventó la señora Flores y los sacerdotes fueran “apolíticos”, entonces sería imposible tener “objeciones de carácter político”, ergo, el artículo no existiría.

Pero no le pidamos peras al horno, que diría Don Manuel Rosales, colega de ella en la innoble tarea de acabar con la sintaxis y la gramática castellana. No hubo forma de que ella o alguno de los diputados entendiera, de allí que al final de la tarde, después de una extenuante jornada laboral -¡cómo trabajan estos legisladores nuestros!- emitieran un comunicado que se mueve entre el analfabetismo funcional y la ignorancia rampante.

En él, entre otras cosas, se pide:

"Solicitar la evaluación y la aplicación de mecanismos diplomáticos necesarios para revisar la designación del Cardenal Jorge Urosa Savino como Arzobispo de Caracas"

Que en lenguaje Flores quiere decir: tratar de revocarle la dignidad cardenalicia a Urosa, y en lenguaje Vaticano no es sino una reverenda tontería amén de un imposible, porque no hay sobre el Papa -que es quien nombra a los Cardenales, a ver, Cilia, si te enteras- poder terrenal alguno que lo obligue a revertir un nombramiento. Y si no que le pregunten a sus amigos del gobierno comunista de China por Mons. Joseph Cardenal Zen Ze-kiun, que ya les echaran un cuentito.

El otro acuerdo al que llegaron los legisladores fue:

"Rechazar la agresión política por parte del Cardenal Jorge Urosa Savino y la Jerarquía Eclesiástica, en contra del Comandante Hugo Chávez, Presidente Constitucional de la República Bolivariana de Venezuela y de las instituciones del Estado Venezolano y del pueblo bolivariano."

Agresión política que consiste, simple y llanamente, en rechazar el socialismo marxista del comandante, cosa que si los diputados no estuvieran tan faltos de lecturas entenderían perfectamente. Bien lo dijo el Papa León XIII:

“Si acaso el socialismo, como todos los errores, tiene una parte de verdad (lo cual nunca han negado los Sumos Pontífices), el concepto de la sociedad que le es característico y sobre el cual descansa, es inconciliable con el verdadero cristianismo. Socialismo religioso, socialismo cristiano, son términos contradictorios; nadie puede al mismo tiempo ser buen católico y socialista verdadero".

Si las mismas energías que gasta para mandar a la gente a que "vaya a rezá, vaya a rezá" las usara para instruirse un poco, la déspota sin ilustración de la AN no haría semejante papelón. Pero claro, ella no está donde está y no ha llegado a donde ha llegado para instruirse sino para servir, cosa en la que destaca, aunque para ello tenga que decir un día y desdecirse al siguiente según le convenga al amo.

jueves, 29 de julio de 2010

Doris Lessing-Las Abuelas

Producto de lo que se podrá calificar como una crisis compulsiva de compra, terminé saliendo de la feria Lectura Chacao 2010, celebrada en Plaza Altamira en el pasado abril, con un libro de Doris Lessing.

¿Y quién es Doris Lessing?

Eso mismo me pregunté en el puesto del grupo Zeta donde se encontraba el libro en oferta. De modo que blackberry en mano googleé para descubrir que la afable ancianita de la contraportada era la Premio Nobel de Literatura 2007 y que su bibliografía sobrepasaba las cuarenta obras. Así que para no entrar en muchos detalles, me bastó con su Nobel y con el precio -10 BsF- para tomar la decisión de comprarlo, lo que es un indicativo claro de lo “impresionable” que es mi criterio literario.

Total que hoy he terminado el libro, cuyo título, por cierto, es “Las Abuelas”. Se trata de un compendio de 4 cuentos –Las Abuelas, Victoria y los Staveney, El Motivo y Un hijo del amor- que, cito de la contraportada, “se sumergen en los vericuetos de la vejez”.

He de decir que si una virtud tienen los relatos, y por ende su autora, esa es una prosa clara y sencilla, diría incluso económica, que hace que la lectura sea bastante fácil. Con muy pocos adornos, sin grandilocuentes ni memorables frases, pero con una precisión magistral –no faltan ni sobran palabras- Lessing le otorga al libro una agilidad que siempre es de agradecer a la hora de la lectura.

Lo mismo sucede al describir personajes, situaciones o ambientes: usa justo lo necesario y con poco dice mucho. No redunda, no hace énfasis en detalles que no aportan y prescinde de todo lo prescindible. A sus 90 años –tenía 85 cuando lo escribió-, no parece estar dispuesta a perder tiempo y eso bien se refleja en el libro.

Los relatos brillan con luz propia. Como es lógico, alguno me ha gustado más que otro, pero en general todos tienen algo. Contrario a lo que se desprende de la portada, la vejez, si bien se ve reflejada en algunos personajes, no es el argumento central sobre el que giran los relatos y de hecho hay uno, Un hijo del amor, en el que no parece estar presente.

De las cosas resaltantes, he de decir que la relación erótico-amorosa entre los personajes de Las Abuelas es bastante sórdida y choca un poco. La descripción en Un hijo del amor del calvario que viven los soldados ingleses a bordo del barco que los lleva con destino a la "guerra" es tan buena como agobiante. Y ni hablar de la vigencia que tiene El Motivo, en cuanto muestra cómo el ejercicio del poder por parte de un incompetente y la falta de educación llevan a una civilización modélica a la decadencia.

Los finales son los que no me han gustado del todo. Creo que son muy abiertos y en general me han dejado con una sensación de vacío, de querer saber qué pasó después, en qué quedó todo. Sin embargo, vale la pena leer el libro y ya estaré pendiente de ver qué más consigo de Doris Lessing, que con estos cuentos ha logrado captar mi interés.

martes, 27 de julio de 2010

El Cardenal Urosa en la AN o de como entrenarse para un cónclave



Monseñor Jorge Liberato Cardenal Urosa Savino, para nombrarlo en perfecta jerga vaticana, todavía no ha vivido lo que es un cónclave. El último tuvo lugar en el año 2005 tras la muerte de Juan Pablo II y él recibió el birrete rojo y el anillo de oro en el primer consistorio de Benedicto XVI, el Papa saliente de ese cónclave. Sin embargo, a diferencia de los otros Cardenales ordenados junto a él, puede Su Eminencia decir que ya ha tenido una experiencia cercana al encierro draconiano que ordena la tradición para elegir al Obispo de Roma.

Ocurrió hoy en la Asamblea Nacional.

Respondiendo a las reiteradas y cordiales invitaciones –es solo un decir- hechas por la AN, el Cardenal acudió al hemiciclo a explicar cuáles eran las leyes allí elaboradas que violaban la constitución –los competentes diputados, sus autores, parece que ni se habían enterado que habían hecho leyes inconstitucionales-.

Media Venezuela estaba pendiente del hecho y de ambos lados querían saber qué iba a pasar. Pero miren uds., improbables e inexistentes lectores, que nadie contaba con las malas artes de la Asamblea. Convertida prácticamente en un templo de culto al Oscurantismo, en la sede del Poder Legislativo venezolano los canales privados de televisión tienen prohibido instalar microondas, esto es: transmitir en vivo. Así que no pudimos ver la llegada del Cardenal.

La esperanza era ANTV, una emisora pública de televisión –entiéndase: subsidiada con el dinero de mis impuestos y de los demás contribuyentes- que se dedica a transmitir las actividades que tienen cabida en el Palacio Federal Legislativo, pero que, haciendo gala de un sin igual sentido de la oportunidad, amén de un afinadísimo olfato para el rating, decidió quedarse en estudio y no pasar nada del debate, prometiendo hacerlo en diferido y editado, que es una manera eufemística de decir manipulado, sin que suene feo.

Así que sin transmisión en vivo, sin periodistas –todos estaban sentados afuera- y con par de guardias en la puerta transcurrió la “reunión”. Toda una oda a la censura, que bien hubiera emocionado hasta el llanto a Vitelio Reyes, director de la “Junta de Revisión y Examen de Prensa” de Pérez Jiménez.

Sin embargo, nadie contaba con la tecnología. Y he allí que dentro del selecto grupo de diputados se encontraba un trío de desertores del chavismo: Pastora Medina, Juan José Molina e Ismael García, todos bien equipados con twitter. Con una lamentable ortografía y una peor sintaxis, que todo hay que decirlo, pero con nobleza en la intención, los diputados vencieron la censura y entre galimatías y galimatías le informaron al mundo lo que allí acontecía.

Por medio de ellos nos enteramos que Cilia Flores le había negado la petición al Cardenal de que el evento fuera transmitido en vivo. Hecho más que significativo cuando se toma en cuenta que fue la prolífica matriarca de la AN –llegó a tener a 37 familiares trabajando allí- la que el pasado 21 de julio dijo, refiriéndose al Cardenal: “el pueblo quiere escuchar sus argumentos y pruebas (SIC)”. Lo que demuestra que coherencia y consistencia no son precisamente adjetivos que le vayan bien a la presidenta del legislativo.

¿Por qué se nos impidió a los venezolanos escuchar en vivo y directo a nuestro Cardenal? Roberto Malaver, a quien bien le viene aquello de “mejor caer en gracia que ser gracioso”, pretendió responder en twitter a la pregunta afirmando que: “No se trasmitió el Cardenal Urosa en la Asamblea, para evitar una vergüenza nacional como la de los estudiantes manos blancas.”. Argumento semejante al del gobierno de Corea del Norte –los totalitarismos se parecen- cuando ordenaba transmitir en diferido los partidos del mundial no fuera cosa que pasaran por la “vergüenza nacional” de jugar mal y perder.

Finalmente, pasadas unas cuantas horas, la encerrona llegó a su fin. Cilia y el Cardenal declararon a los medios. La primera, con una tranquilidad y un sosiego tan inusuales en ella que no hacían parecer descabellada la sospecha de un exorcismo dentro de la sala; y el segundo, con una firmeza encomiable –reiteró que socialismo marxista es comunismo y con eso no comulga el catolicismo- y, quizás, la satisfacción de saber que después de esa “reunión” ningún cónclave será lo suficientemente duro.

domingo, 25 de julio de 2010

Jose Antonio Abreu, Dudamel y Chávez


Quizás poco lo sepan, pero el José Antonio Abreu que ayer zalameramente se babeaba ante la figura de Hugo Chávez era, por allá en el año 1964, un neoliberal empedernido que militaba en un movimiento conocido como “Los desarrollistas” -Plancha 2 de la UCAB a efectos electorales- junto a Marcel Granier y bajo el apadrinamiento de la Electricidad de Caracas y el insigne Doctor Tinoco, mano financiera de la IV República y, si se quiere, el banquero más poderoso de la Venezuela de entonces.

El “Sembrador de Ilusiones”, como tan cursimente lo ha bautizado la Revolución Bolivariana, vivió en Pennsylvania y estudió en la muy selecta y prestigiosa U-Penn de Benjamin Franklin, donde sacó el título de Ph.D en Economía Petrolera.

Al revisar su currículo vitae, resulta ostensible su cercanía al poder durante la IV: Diputado del Congreso Nacional de la República, Director de Planificación de CORDIPLAN, Asesor del Consejo Nacional de Economía, Ministro de Cultura de CAP II y presidente del CNAC. Es decir, que si el presidente Chávez hubiese sido un hombre de palabra y hubiese cumplido con lo prometido, probablemente la testa calva del Maestro Abreu hubiese terminado frita en aceite. Pero Chávez nos salió populista y el Maestro…bueno, parece que tornasol.

Así que ayer, como tantas otras veces, los vimos muy juntitos y muy sonreiditos en cadena nacional. El uno dándole la mano al otro. El azote del neoliberalismo estrechando la mano del otrora estudiante neoliberal. El que le dio el golpe a CAP II, al Ministro de Cultura de CAP II. Como falsamente citan, sabrá Dios de donde, los pantalleros que no han leído el libro: ¡Cosas veredes, Sancho, que harán temblar las paredes!

Pero, ¿hay necesidad de eso?

Porque a mí la imagen de un José Antonio Abreu babeándose ante Chávez me resulta realmente triste. Más tomando en cuenta la historia de vida de él, quien, comprobado está, si algo no ha sido nunca es socialista, ñángara, progre o como usted quiera llamarlo. En la universidad se sentaba, incluso, más a la derecha de Copei; estudió en el “imperio mesmo” en la ciudad de William Penn; y fue ministro del gobierno más neoliberal de todos cuantos tuvo AD. Y helo allí, junto a Dudamel, ejerciendo de Lola Flores ante este Franquito de izquierda. Poniéndole acordes de lujo a la revolución chavista.

¿Por qué un hombre ante el que, como recordaba hoy Orlando Viera Blanco en El Universal, se inclina Sir Simón Denis Rattle, director de la Filarmónica de Berlín, tiene que andar de manitos, sonrisitas y babitas con Chávez? ¿Por qué un proyecto calificado incluso de “milagroso” como el de las Orquestas Juveniles e Infantiles tiene que servirle de banda sonora a esta película de alto presupuesto, baja dirección y peor reparto que es el chavismo? ¿Por qué, Maestro Abreu? ¿Por qué si el principio por el cual ud se rige es que: “la música es un instrumento irremplazable para unir a las personas” termina poniéndola al servicio del hombre que ha exacerbado las pasiones y revuelto los resentimientos al punto de convertirnos casi en enemigos unos de otros? ¿Por qué tanta incoherencia?

¿Plata, dinero, conveniencia o puro interés? No quisiera yo pensarlo, pero a todas luces parece ser la única respuesta posible. Y he allí parte del drama de esta Venezuela: el doblegamiento de los principios ante el poder. Al Maestro se le escucha muy bonito el discurso acerca de cómo los materialmente pobres terminaban espiritualmente ricos a través de la música y cómo eso sublima sus mentes, espíritus y almas; pero cuando se le ve tan adulante y zalamero pareciera ser la antítesis de esto: no sé si materialmente rico pero en todo caso espiritualmente mundanizado, que es el único antónimo medianamente funcional que le encontré a sublimado.

No pretendo yo con esto quitarle brillo a su gran obra, ni mucho menos desmeritar lo que ha sido una labor loable y plausible. Eso se le reconoce, se le celebra y hasta se admira. Sin embargo, lo excelso de la obra no le otorga a su creador inmunidad ante la crítica. Y su actuación y la de Dudamel, tanto ayer como en otras ocasiones, me parece eso, criticable. Que esa dupla magistral, talentos sin iguales que dejan muy el alto el nombre del país en el exterior, orgullos de esta tierra a los que el mundo entero aplauden de pie, se rindan ante un hombre de la talla de Hugo Chávez es lamentable.

Ojalá se dieran cuenta, pero entre presentación y presentación, entre toque y toque, con y sin batuta, están quedando como el Wallace Hartley Band de este Titanic que se pudre llamado chavismo y al que tan bien han servido.

sábado, 24 de julio de 2010

Gracias Panorama

Que Panorama, la revista italiana del grupo Mondadori –propiedad de “Il Cavaliere” Berlusconi, como casi todo en Italia-, haya destapado “Las noches bravas de los curas gays” me parece excelente. A pesar de todo lo criticable de la revista –desde su propietario hasta el amarillismo de la portada, pasando por el discutible método periodístico de hacerse pasar por paisanos y grabar con cámaras escondidas todo cuanto ocurra- aplaudo su trabajo. Y lo hago porque así, aunque probablemente fuera su último objetivo, ayuda a la Iglesia Católica a salir de esa plaga de farsantes redomados que de día se disfrazan de sacerdotes y de noche ejercen de sodomitas, y que tanto daño le hacen.

Cuando la Congregación para la Educación Católica publicó, allá por el año 2005, un documento en el que expresamente se decía: “no se puede admitir al Seminario y a las Órdenes sagradas a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la así llamada cultura gay” fueron muchos los que pegaron el grito en el cielo. Desde dentro y fuera de la iglesia surgieron voces de protesta, que ahora, ante esto, han de estar bien calladas. ¿Querían sacerdotes homosexuales? Pues compren Panorama para que se enteren.

Las agencias internacionales, amantes siempre del lugar común, vaticinaron ayer que el reportaje “sacudiría los cimientos de la Iglesia”, cosa que dudo y bastante. Lejos de sacudir, este reportaje no hace sino reafirmar las posiciones de la Iglesia con respecto a la homosexualidad. Y es más, me atrevo a decir que el tiro les ha salido por la culata a quienes querían aprovecharse del hecho para hincar los colmillos en la Iglesia.

El Vicariato de Roma ha dado una respuesta ejemplar: “Quienes llevan esa doble vida no han entendido qué cosa es el sacerdocio católico y no deben ser sacerdotes. Nadie les obliga a ser curas. En nombre de la coherencia deberían salir al descubierto. No se puede aceptar que a causa de sus comportamientos quede enfangada la honradez de todos los demás”.

Y he allí el quid del asunto: la coherencia y la honestidad de estos pobres individuos. Por allí salió una organización del “lobby gay”, que entre la estupidez y el orgullo, pero siempre con el afán de cargar contra la Iglesia, decía que sí, que eso era lo más normal y que ellos conocían a infinidad de sacerdotes gays. ¿No es acaso eso soga para su cuello? Porque la relación es clara: si hay una infinidad de sacerdotes gays, lo que quiere decir es que la comunidad homosexual está plagada de farsantes de doble vida que siendo lo que son se meten a sacerdotes de una Iglesia que, como la Católica, no los considera aptos para ese ministerio.

Ahora bien, uno de los “curas” que aparecía en Panorama “juraba” que el 98% de los sacerdotes que conocía eran homosexuales, pretendiendo crear una conseja de ese tipo. Sin embargo eso del 98% no es sino el clásico “piensa el ladrón que todos son de su condición”, acentuado, además, por los ambientes y gentes que frecuenta el susodicho. Una tontería con pretensiones de provocación en la que no se debe perder más tiempo.

Tiempo hay que dedicarle es a descubrir a estos farsantes. El Vicariato de Roma fue claro: “[estamos] empeñados en perseguir con rigor, según las normas de la Iglesia, todo comportamiento indigno de la vida sacerdotal”. Lo cual va muy acorde a la línea de S.S Benedicto XVI, quien, luego de reconocer que el enemigo está dentro de la Iglesia, ha comenzado una formidable operación de limpieza. Y es que de eso se trata: limpiar a la Iglesia de toda la basura que ha entrado en ella y que amenaza con destruirla desde adentro. Por eso, gracias Panorama por los favores recibidos.