domingo, 1 de agosto de 2010

Postales del interior [I]

[I]: Sucedió en la ciudad, digo, pueblo, de Maracay. Estaba yo con mi papá acompañándolo a hacer un trabajo, dejamos el carro en un estacionamiento de los de antes, esos que están al nivel de la calle, en los que el piso tiene piedras y grama, los carros se estacionan donde pueden porque no hay líneas que los orienten, el tiket es un papelito con la hora anotada a mano y son atendidos por un señor en camiseta, blue-jean y un calzado que va a medio camino entre la alpargata, la babucha y el zapato.

Cuando íbamos de salida nos encontramos con la sorpresa de que estábamos siendo trancados por un carro blanco, elevado por un gato, sin el caucho trasero de la izquierda y sin dueño aparente. Nos acercamos a la choza con techo de zinc que hace las veces de caseta y allí estaban muy sentadotes y muy sonreidotes el que atiente el estacionamiento junto a un viejito pelo blanco, que resultó ser el dueño del carro. Así que después de plantearle el problema –“tenemos que irnos y su carro nos tranca”- el señor, tranquilazo él, dijo: “No, espérense a que me traigan el caucho de repuesto”. Quienes conozcan a mi papá –es decir, ninguno de uds- entenderán cómo y por qué no pasaron ni cinco minutos entre el momento cuando el señor pronunció la infausta frase hasta nuestra salida en carro del estacionamiento. Eso es normal. No así la reacción del dueño del carro, que se indignó todo, nos trató de desconsiderados y todavía no entiendo ni por qué ni cómo se convirtió casi en la víctima del asunto. Es decir, viene, se mete en el estacionamiento de su amigo, para su carro donde le da la gana, le quita el caucho, se sienta a hablar con el “compa”, pretende que uno espere infinidad de tiempo mientras le traen otro caucho y encima se molesta cuando lo cambia. No, pues. Pero pasó en Maracay.

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