martes, 17 de agosto de 2010

LIBROS: ¿Por quién doblan las campanas?


Después de haberla tenido guardada un buen tiempo, decidí por fin leer Por quién doblan las campanas de Ernest Hemingway. La conseguí barata en una librería de Sábana Grande y aunque el tema bélico no es de mis favoritos pensé que solo por un título como ese y por haber tenido su autor el tino de escoger la reflexión de John Donne para empezarla merecía ser leída.

Así que aprovechando que estaba de vacaciones en un pueblo donde no había mucho que hacer y me estaba quedando en un hotel en el que servían la cena a las 7:00 PM y después a la habitación, pues dediqué las noches a entrarle a las más de seiscientas páginas de la que es considerada una de las mejores obras del afamado autor estadounidense, ganador, entre otros, del Nobel.
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Y si elegí el verbo "entrarle" no fue por mera casualidad, ya que al principio me resultó bastante difícil comenzar a leer la novela. No engancha de entrada y es con un poco de empeño y fe en Hemingway, sobre todo eso, que se superan esas primeras páginas y se consigue uno, entonces sí, con el libro prometido. Un libro bueno, pero que a veces, me parece, y puede que en esto influya mi gusto anti-bélico, pierde el ritmo. Sucede precisamente cuando describe, con mucha precisión y poca gracia, las escenas de batallas, ataques, combates o sus preparativos, que se tornan confusas y muy difíciles de imaginar. Capítulos como el del ataque al campamento de "El Sordo" me llegaron a parecer, incluso, hasta prescindibles.

A pesar de esto, el libro goza de suficientes elementos como para brillar con luz propia. Puede que su mayor mérito sea captar en su más pura esencia todo lo que implica y significa una guerra civil. En tres días y con pocos personajes, Hemingway captura la guerra entera y cómo la vive y padece el pueblo llano, encarnado en esos "guerrilleros" con los que Robert Jordán se ve obligado a convivir para llevar a cabo su misión. La frase: "Nadie está exento. La guerra ha llegado y se ha llevado a todo el mundo por delante" resulta tan significativa como reveladora en cuanto muestra cómo el conflicto armado fue algo de lo que nadie pudo escapar y terminó siendo asunto de todos.

Como en toda guerra civil, la mayoría de los combatientes no son soldados entrenados para ella, sino gente común y corriente, por eso las reflexiones, sobre todo en voz del viejo Anselmo, en el capítulo 15, acerca de lo que significa matar tienen gran valor. A él no le gusta hacerlo, se siente fatal cuando le toca, llora, lo atormenta la sola idea y pasa buena parte de su tiempo reflexionando al respecto y pensando en la penitencia que luego habrán de realizar todos para expiar y pagar por los asesinatos cometidos. Allí queda en evidencia uno de los peores aspectos de la guerra: su capacidad de arrastrar y transformar a gente buena en asesinos, aún en contra de su voluntad. Y más cuando, como se dice en alguna parte del libro: “En una guerra uno nunca mata a quién querría matar. Bueno, casi nunca”.

Me llamó mucho la atención la pérdida de Dios y de la religión dentro del bando republicano, peleado con la iglesia. Expresiones como "la semana santa del que era Nuestro Señor" o "cuando teníamos un Dios" son comunes en ellos y sin embargo en los momentos cruciales muchos terminan rezando partes del Padrenuestro el Avemaría o la Salve. Pero a falta de Dios o religión está "la república". Ese concepto, del que cada quien piensa algo distinto y nadie sabe con certeza lo que es, termina siendo la utopía, esa cosa idealizada que sirve de aliciente cuando el ánimo y las ganas bajan o, peor aún, cuando llega la hora de matar. Es el fin supremo que justifica los medios. Toda acción, aunque el sentido común, la moral o los principios digan lo contrario, se justifica si ayuda a y es en pro de la república. Allí queda desnuda la lógica de la guerra: puede que esté mal, puede que no queramos, pero si es por la república se hace...lo triste es que al final, y esto se aprecia muy bien en el libro, nadie sabe con qué y cómo se come eso de república.

Una de las cosas que hay que agradecerle a Hemingway es haber tenido la suficiente amplitud mental como para no hacer una novela militante y panfletaria. A pesar de su simpatía por la causa republicana y a pesar de que Robert Jordán lucha con los republicanos contra los fascistas, en la novela se muestran de algún modo ambas caras de esa moneda de horror que fue la Guerra Civil española. La narración de Pilar de la toma “republicana” de su pueblo y la de María de la toma fascista del suyo, ambas con sus respectivas matanzas y dosis brutales de barbaridad e ignominia, permiten tener una noción clara de lo que fue ese conflicto de lado y lado.

De hecho, no faltan críticas para el bando republicano. Sin embargo, en lugar de detenerme en ellas me gustaría hacerlo en par de demoledoras frases que surgen de las reflexiones de Robert Jordán:

“¿Hubo jamás un pueblo como éste, cuyos dirigentes hubieran sido hasta ese punto sus propios enemigos?”

“Dios tenga piedad de los españoles. Cualquiera de sus dirigentes los traiciona”
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Sobran las palabras.

Con respecto a los personajes, el mejor de todos para mí fue Pilar, en quien con gran maestría Hemingway logró retratar a la mujer fuerte y severa de la España profunda. La españolidad, toda, se condensa en ella. Desde su forma de hablar hasta su fuerte carácter, pasando por la simpatía, el folclorismo, el gusto por el “cotilleo” y todas esas cosas que la convierten en el arquetipo de la española.

Por el contrario, María, el conejito, fue para mí un personaje insoportable. Gafa, tan insípida como el agua, sumisa hasta lo indigno e ingenua hasta la oligofrenia, todos sus diálogos eran cursis y empalagosos. En vez de ternura despertaba lástima, y en vez de ganas de protegerla, lo que generaba eran ganas de pegarle a ver si dejaba la estupidez. Con ella la trama romántica del libro, que tenía su peso e importancia, se diluyó completamente. ¡Y pensar que a Ingrid Bergman le tocó representar ese papel en el cine!

Podría seguir escribiendo sobre la novela, pero ya el cansancio puede conmigo. Si de concluir se trata diré que la experiencia de leerla ha sido bastante buena: Es un novelón, en el mejor sentido del término, totalmente recomendable, bien escrito, con unas reflexiones bastante acertadas, que permite (re)vivir de cerca lo que fue ese cruento episodio en la historia de España y que además, ya al final, te permiten entender por qué Donne tuvo razón cuando dijo que las campanas doblan por ti. Y me hubiese despedido con esa frase, pero lo hago con otra en la que Hemingway retrata en voz de Jordan a los españoles:

“Esta gente es maravillosa cuando es buena. No hay gente como ésta cuando es buena, y cuando es mala no hay gente peor en el mundo”

No se diga más.

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