lunes, 23 de agosto de 2010

Andrés "venenito" Izarra, a propósito de la risa en CNN


Lo contaban los periodistas que lo tenían como jefe en El Observador: Andrés Izarra, el hoy flamante presidente de Telesur, colocaba en su escritorio un pote de agua con el rótulo “veneno” y a los reporteros, sobre todo a los de sucesos, y que diga Noé Pernía si es verdad o no, les pedía eso: “veneno” y “sangre”. El legendario noticiero de RCTV vivió con Andrés “venenito, como lo llamaban en el canal, una de las épocas más sensacionalistas y también exitosas de su historia, que todo hay que decirlo. El primer negro se le dedicaba totalmente a sucesos y en Venevisión no hallaban qué hacer con “El Informador”. Eran tiempos en los cuales el yerno de Antonio Ledezma se jactaba de haber sido editor de América Latina de la hoy “pornográfica” CNN y editor de asignaciones de la siempre complaciente NBC de los USA.

Fue precisamente en CNN, otrora motivo de su orgullo y causa de su arrogancia, donde el ex ministro de comunicación protagonizó el lamentable episodio que lo ha puesto nuevamente en la palestra. Mientras Roberto Briceño León describía con la precisión que solo dan las cifras la tenebrosa situación que vivimos los venezolanos en materia la inseguridad, Izarra inició su performance de badboy y comenzó a reírse a mandíbula batiente. Como cualquier niño rico de colegio del este cuando es regañado por una profesora, pero más sobreactuado. La risita le salió forzosa y se le sintió fingida, y la gracia que pretendía se le convirtió en una morisqueta de indolencia y crueldad. Quizás es que está falto de espejos, pero el mandamás de Telesur parece no haberse dado cuenta de que las canas y las entradas lo delatan, de que las pataletas de malcriadito –“yo desde aquí los mando al infierno”, dijo una vez refiriéndose a la prensa- si antes no le quedaban ahora menos, y de que a estas alturas de la vida no puede andar dándoselas de chulito o patiquincito, que diría Teodoro.

Cuando le tocó hablar lo vimos remedando, de muy mala manera, porque esa noche nada le salió bien, a Chávez. Como un hijo que se bebió los genes de la madre y trata de copiar el patrón de conducta de un padre al que no se parece en nada, pero mucho peor. Como Servando y Florentino cantando Techos de Cartón o Álvaro Vargas Llosa escribiendo novelas. Así, tal cual. La postura, el manoteo, los “¡hermano!”, “¡compadre!” soltados intencionalmente en medio del discurso, todo lo delataba porque nada le lucía.

Total que su intervención en el programa fue un fiasco. Estólida por un lado y ridícula por el otro. Tan mala resultó que José Vicente, el“viejito perverso”, tuvo que salir a alcahuetearlo bajo su personalidad marciana y lo único que atinó a decir fue que Izarra se reía del bigote de Briceño León. Pero qué va. Ni con estupideces como esas ni con genialidades como las que nunca le he leído podía sacarle las patas del barro a Andresito.

Es lo que pasa con los yuppies, que creen que por no usar corbata ya son revolucionarios. Aman al pueblo en sus discursos, pero como esposa se buscan a una González Capriles. Hablan mucho de barrios y pobreza, pero compran apartamentos en el “Alameda Classic” de El Rosal y en Santa Paula. Les tocan el tema de la inseguridad y como no la padecen se la toma a chiste. Se jactan de su “venenito” y termina envenenados.

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