jueves, 26 de enero de 2012

Miguel Cabrera se rencuentra con la esquina caliente


De aquellos polvos, estos lodos. La lesión de Víctor Martínez trajo consigo la contratación de Prince Fielder para los Tigres de Detroit y con ella vino la ida de Miguel Cabrera de primera a la tercera base. “Quería volver a la antesala”, le confesó el slugger al diario Líder. “Esa es mi posición de toda la vida. Desde carajito”.

Sin embargo, fue el shortstop su posición inicial en las divisiones menores de los Marlins de Florida. Corría el año 2001, el slugger era conocido como José Miguel y compartía el uniforme de los Kane County Cougars con Adrián González. Fue Ozzie Guillén, a la sazón mánager asistente de Florida, quien en la siguiente temporada lo movió del short a tercera. Ahí debutó en Grandes Ligas en el 2003 y ahí se mantuvo regularmente durante cinco temporadas, hasta que en el 2008 los Tigres decidieron convertirlo en inicialista.

Ahora le toca regresar a sus raíces. ¿Tiene, como Gardel, miedo del encuentro con el pasado que vuelve? Dice que no. Sin embargo, readaptarse a la tercera implica todo un reto, y él lo sabe. “Tengo que estar listo para eso”, le dijo a Líder. Para eso, para las críticas y para las voces agoreras, que desde ya han comenzado a aparecer.

“¿Puede Cabrera jugar en tercera? Yo personalmente tengo serias dudas al respecto. Él tiene un porcentaje de fildeo de .951 jugando en esa posición, y ahí cometió 48 errores en 387 juegos.”, afirmó Steve Phillip, ex gerente de los Mets de Nueva York, al Detroit Free Press.

Su peso vuelve nuevamente a estar en el punto de mira. “Debe perder un poco si quiere ser más ágil”, dijo el exgrandeliga Harold Reynold. “Él es bueno en primera, pero para jugar en otra posición del infield debe estar en mejores condiciones físicas (…) Pienso que terminará en el left field”, vaticinó el ex segunda base, ganador de tres Guantes de Oro.

Si de vaticinios se trata, Phillip, quien fuera analista de ESPN, no se queda atrás: “Lo más complicado para él serán los toques de bola. Ellos implican agacharse, fildear a mano limpia y lanzar desbalanceado a primera. Los equipos lo retarán tocando la bola cada vez que él esté jugando tercera”.

Pero no todo son malos augurios. Una gran luz ilumina el túnel e invita a soñar con un esplendoroso futuro ofensivo. La combinación Cabrera-Fielder, como tercero y cuarto bate, respectivamente, ya se proyecta como una de las más temibles –si no la más temible- del beisbol de nuestros días.

Uno derecho, el otro zurdo, ambos bateadores de altísimo poder. Cabrera, la temporada pasada: AVG: .344, OBP .448, SLG .586. Fielder, también la temporada pasada: .299, OBP .415, SLG .556. El dúo dinámico, los llama ya, sin mucha imaginación, la prensa de la ciudad de los motores

Ni Robinson Canó y Alex Rodríguez, ni Car-Go y Tulowitzki, ni John Hamilton y Michael Young, ni Lance Berkman y Matt Holliday, no hay actualmente en el beisbol dupla más ofensiva que esta. Así lo revela un estudio del escritor senior de ESPN, Jayson Stark, quien luego de comparar parejas y números llegó a la conclusión de que la última combinación de tanto poder fue la de Larry Walker y Todd Helton una década atrás…y eso jugando a la altura de Colorado.

¿Y qué pasa si el rencuentro no es el soñado, los analistas finalmente tienen razón y la esquina caliente termina quemando a Cabrera? Podrían él y Fielder, como en el ajedrez, hacer enroque entre la primera base y el puesto de designado. ¿$367 millones por dos jugadores que se roten así? ¡Si batean como se espera, hasta $500 si hace falta!

La mala hora de Víctor Martínez



En la 2100 Woodward Avenue de Detroit hay caras largas, muy largas. Víctor Martínez, una de sus más rendidoras adquisiciones de la temporada pasada, el que protegía a Miguel Cabrera en el line-up, el que bateó para .330 y remolcó a 103 de sus compañeros, parece que se perderá la temporada entera.

De la Watson Clinic, en el Condado de Pork, Lakeland, donde los felinos tienen su cuartel primaveral, fue de donde salió la resonancia magnética con la mala nueva. Su sentencia es clara: ruptura del ligamento anterior cruzado de la rodilla izquierda, aquello que hizo a Michael Owen retirarse de Alemania 2006, de lo que en 2004 operaron a Carlos Guillén o lo que marcó el principio del fin de Michel en el Real Madrid por allá en los medianos noventa.

Ante tan sombrío panorama, los de Detroit, más resignados que esperanzados, apelan a una última carta: el doctor Richard Stedman. Por las manos de este Cirujano Ortopedista especialista en rodilla han pasado Kobe Bryan, Rudd van Nistelrooy, Alessandro Del Piero y Ronaldo, y será él quien tenga la última palabra médica sobre Martínez.

Ha sido un duro golpe y no se siente nada bien”, dijo Dave Dombrowski, Presidente y Gerente General de los felinos. “Pero lo superaremos. No vamos a sustituir a Víctor Martínez por otro Víctor Martínez. Él es simplemente un fuera de serie, pero tendremos a un buen pelotero ahí”, dijo.

Y es que no es poca cosa lo que pierden los Tigres. Martínez, que con hombres en posición anotadora ligaba para .394, era el bateador designado del equipo y en la temporada pasada conectó 178 hits y 40 dobles, amén de poder batear a la zurda en una alineación de muchos derechos y guardarle las espaldas a Miguel Cabrera, quien aumentó en 27 puntos su promedio ofensivo desde que lo tuvo detrás en el orden.

Su probable pérdida supone todo un reto para el mánager Jim Leyland: "Esbocé varias alineaciones desde que esto ocurrió, pero hay un espacio en blanco…porque alguien tiene que ser el designado”. ¿Quién? Es la pregunta que todos se hacen.

Varios nombres proponen los analistas. Desde Alfonso Soriano hasta Manny Ramírez, pasando por algunos de la casa como Delmon Young, Brennan Boesh, Johny Peralta, Álex Ávila u otros que aunque ya no pertenecen a la manada del Comerica, alguna vez lo fueron como Jonny Damon o Carlos Peña.

“Quien sea el bateador detrás de Cabrera tendrá la oportunidad de tener una gran temporada. Podría terminar con buenos números sin necesariamente tener un gran año. Habrá algunos remolques de baratillo y puede levantar números decentes”, dijo Leyland, como el que busca vender a precio de ganga. Y mala no es la oferta. Mala fue la hora en la que Víctor Martínez, mientras entrenaba para ponerse a tono, se tuvo que despedir de la que estaba llamada a ser una muy buena temporada.

jueves, 12 de enero de 2012

La amarga espera de Omar Vizquel

Sin el chivo y sin el mecate. La expresión popular sirve para describir la situación de Omar Vizquel, quien, en procura de una mejor oferta, prefirió dejar pasar la que le hizo un equipo de Grandes Ligas, y ahora, transcurridas unas semanas, no llegó la una ni tiene la otra. “Yo me equivoqué”, le confesó al periodista César Augusto Márquez de Líder. “El equipo que me había hecho el ofrecimiento pactó con otros peloteros y eso dificulta ahora la situación” explicó el caraqueño, que prefirió mantener en reserva el nombre de esa organización con la que todavía, aunque sin ninguna posibilidad concreta, negocia.

.272 de promedio al bate, 2.841 imparables, 401 bases estafadas, 1.432 carreras anotadas. 11 Guantes de Oro, tres apariciones en el Juego de las Estrellas, dos idas a la Serie Mundial. Eso es parte de los números y méritos que Vizquel ha acumulado a lo largo de su carrera. Números extraordinarios que puede que seduzcan a los periodistas de la Asociación de Cronistas del Béisbol de Norteamérica cuando de votar su ingreso al Salón de la Fama se trate, pero que poco atraen actualmente a los gerentes de los equipos, toda vez que Omar ya tiene 44 años y en abril cumple 45.

En 2007, cinco años y cuatro campañas atrás, fue la última vez que el torpedero jugó como pelotero regular. Desde entonces ha paseado por equipos y posiciones hasta convertirse en una especie de utility de apariciones cada vez más esporádicas. La campaña pasada vistió el uniforme de los Cachorros de Chicago, vio acción en 108 partidos –fue alineado en 58 de ellos- en los que tomó 167 turnos al bate y dejó un promedio de .251, con 8 remolcadas. Su contrato era por un año y no fue renovado.

De los patiblancos se despidió con un sabor agridulce, casi amargo: “En la parte final de la temporada me pusieron en la Unidad de Cuidados Intensivos. Cuando me alineaban salía y conectaba dos y hasta tres hits y al otro día volvía a la banca. Eso en verdad no lo entendí”, le dijo en octubre pasado a Edgar Leal de La Verdad.

Desde finales de la campaña pasada, la 23 de su carrera, Vizquel fue enfático al afirmar que quería jugar otra más. Y no por mero deseo o capricho, sino porque aún le quedaba gasolina, aún estaba en condiciones. “Me siento en plenas facultades para jugar un año más”, decía.

Durante estos meses, la rumorología ha hecho de las suyas en los mentideros del norte. Filis de Filadelfia, Azulejos de Toronto, Reales de Kansas City y hasta Mets de Nueva York han sido señalados –y luego, en algunos casos, desmentidos- como posibles destinos para el caraqueño.

Queda poco más de un mes para el inicio de los campos de entrenamiento. El tiempo pasa y el ansiado contrato no llega. Pero ya hay un plan B. Él mismo lo relevó en twitter: “Si no hay contrato no habrá otra opción sino empezar una nueva carrera. La de coach”. Probablemente con los Indios de Cleeveland, que, como le dijo a Leal, “están esperando que deje de jugar para convertirme en técnico”.

Esperar es la palabra clave. Espera él, esperan los Indios, esperan los fanáticos, esperan todos. ¿Será que a Vizquelito, a Manos de Seda, el de los 11 Guantes de oro y los dobleplays imposibles, no se le verá retirarse uniformado en el terreno de juego? ¿Será que el del 20 de septiembre de 2011, última vez que jugó con los Medias Blancas -conectó sencillo y doble-, fue en realidad su último juego como pelotero activo? ¿Será que ya le llegó el retiro y nadie, ni él mismo, se dio cuenta? ¿O fue que lo retiraron? A esperar se ha dicho.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Ese mito andante llamado Robert Pérez

Justificar a ambos lados

De Robert Pérez cuenta la leyenda –y lo pueden ratificar los empleados del Antonio Herrera Gutierrez- que es el primero que llega al estadio y el último que se va. Sus rutinas de trabajo han alcanzado el nivel del mito, y ya es casi un clásico velo ejercitarse en clubhouse larense. Dicen que entrena hasta en los feriados, que cuando se va de 4-0 hace el doble de ejercicio, y que hay veces que ni los peloteros más jóvenes son capaces de aguantarle el trote.

Algo de cierto habrá cuando el propio Phill Reagan llegó a jurar por siete cruces que jamás en su larga y beisbolera vida había visto a pelotero alguno entrenar como lo hacía Pérez. Era el año 2004 y el veterano estadounidense, para entonces mánager de Cardenales, no dejaba de admirarse y alabar en voz alta la disciplina y constancia de La Pared Negra. Amazing, amazing.

Fue en ese año, precisamente, cuando Pérez se vio obligado a someterse a una cirugía en el talón derecho, que lo tuvo de baja un tiempo y le dejó como secuela una leve cojera, apenas perceptible. Aquella operación parecía ser un punto de inflexión en su carrera, pero no pasó de ser una anécdota y nada más. La Pared Negra se recuperó y volvió, erguida, al béisbol.

Veinticuatro son las temporadas que acumula en la LVBP, todas con Cardenales de Lara, el equipo de sus amores, de su carrera y de su vida. “El Cardenal mayor”, le dicen. Es ya la última pieza que queda activa de aquella gloriosísima trinidad guara que conformó en los noventa junto a Luís Sojo y Giovanni Carrara, sus compadres; y ha jugado incluso con los hijos de José Escobar y Juan Querecuto, compañeros de otrora.

En todo este tiempo, Robert Pérez ha ido acumulando numeritos, rompiendo marcas e imponiendo records. Destronando a los ídolos de antaño y escribiendo su nombre con letras de oro en los libros de historia del béisbol. A Luís “Camaleón” García le quitó el record de impulsadas en 2006; a Antonio Armas, el de cuadrangulares en 2007 y el de más remolcadas en una final en 2008; a Vitico Davalillo, el de dobles en 2009. Actualmente es líder absoluto en todos esos departamentos, en los que acumula 693 producidas, 198 jonrones, 215 dobles y 58 impulsadas en finales.

A sus 42 años, el guerrero todavía no reposa. Ya no se le suele ver haciendo ese swing de gradas con el que a tantos pitchers martirizó en su época, sino que ahora busca hacer contacto, golpear la bola, ponerla en juego. Y ahí sigue.

El pasado 8 de noviembre, ante el pitcher Víctor Moreno, de Aragua, conectó su hit número 1290 y sobrepasó así a Teolindo “El loquito que inventó el hit” Acosta, para ubicarse como el segundo bateador con más imparables de la historia de la LVBP, solo por detrás de Vitico Davalillo, que tiene 1505. Casi 20 días después, el 27 de ese mismo mes, anotó su carrera número 600, con la que se puso en el cuarto lugar de todos los tiempos.

Su contrato con Cardenales, renovado este año, le otorga una temporada más en la LVBP. Después de eso, según el mismo ha dicho, se retirará. Lo hará en gloria, de eso no cabe duda, como uno de los peloteros históricos de esta liga y quizás el mejor que en ella haya jugado. La pregunta es, de acá a ese entonces, ¿cuáles otros records romperá? Eso no le preocupa. Como le dijo a Meridiano: “Si llegan, llegarán solos”. Que así sea.

lunes, 21 de noviembre de 2011

La "supremacía arrolladora" de los Yankees del 27

La fanaticada los bautizó como “El escuadrón de la muerte”. De ellos dijo Joe Judge, 1-B de los Senadores de Washington: “No sólo te apalean, te arrancan el corazón. Desearía que la temporada terminara ahora mismo para no tener que enfrentarlos otra vez”. Sus primeros seis bateadores eran conocidos como “la fila asesina”. Y con la perspectiva que da el paso del tiempo, han sido considerados como el mejor equipo de béisbol de la historia.



La temporada de 1927 comenzó para los Yankees el martes 12 de abril. Ese día, en un Yankee Stadium a reventar, con el derecho Waite Hoyt en la lomita durante los 9 innings que duró el encuentro, les ganaron a los Atléticos de Filadelfia ocho carreras a tres. Ese fue el debut del que luego sería considerado por los expertos como uno de los mejores, si no el mejor, equipo de béisbol de la historia.

A la de ese 12 de abril, le siguieron otras 109 victorias más a lo largo de la campaña, rompiendo así el record establecido en 1912 por los Boston Red Sox de 105 victorias en una temporada. De esas 110 victorias, 57 fueron en el Yankee Stadium, con lo cual, a su vez, empataron el record de ganados en casa de la Liga Americana.

Durante aquella campaña no hubo equipo que les ganara la serie particular. Mantuvieron un dominio casi absoluto sobre los St Luis Browns, contra quienes sólo perdieron un juego, el último de la serie, estableciendo así el record de más ganados contra un oponente (21 juegos, y en fila). El equipo que más se les acercó fueron los Cleeveland Indians, contra quienes la serie quedó 12-10. Mientras que ante su eterno rival, los Boston Red Sox, terminaron con record de 18-4.

Julio fue el mes en el que los Yankees ganaron más juegos: 24. A inicios de éste, específicamente el día 6, John Kierman, reportero de The New York Times, escribió: “No hay competencia en la Liga Americana, es una supremacía arrolladora”, para referirse al dominio de los Yankees, que en ese entonces le sacaban 11 juegos de ventaja al equipo que estaba en segundo lugar. A fin de temporada, esa cifra terminaría en 19, estableciendo otro record en la Liga Americana, de la cual quedaron campeones.

La Serie Mundial de ese año comenzó el 5 de octubre en el Forbes Field, hogar de los Pittsburgh Pirates. Donie Bush, mánager de los bucaneros, no fue muy optimista y así quedó registrado en una memorable frase dicha luego de ver la práctica de bateo de los Yankees antes del primer juego: “Entremos al campo y esperemos que no nos maten a todos”. Pero la espera fue vana: los Yankees ganaron el primero 5-4 y el segundo 5-2. Con dos de ventaja y jugando en casa, el dominio fue total: el tercer juego lo ganaron 8-1 y el cuarto 4-3, convirtiéndose así en el primer equipo de la Liga Americana en barrer a su oponente en el clásico de octubre.

OFENSIVA:

La piedra angular sobre la que se sustentó su exitosa campaña fue la ofensiva. Esa temporada fueron el equipo líder en average de bateo (.307) y establecieron el record de carreras anotadas, con 976 rayitas (75 más que Detroit, segundo en anotadas en la Liga Americana). De los 1357 innings en que batearon, anotaron en 447 (35,2%), con un promedio de 6,7 por juego. El equipo al que más carreras le hicieron fue Boston, con 171, mientras que ante el que menos anotaron fue Chicago, con solo 111. Ganaron 26 juegos con diferencia de 10 o más carreras, siendo el mayor score 25-1 contra los Senadores de Washington.

Fueron líderes en hits (1644), triples (103), jonrones (158) y RBI (908), estableciendo records no superados aún en las tres primeras categorías. Fueron el primer equipo de la Liga Americana con cuatro jugadores bateando más de 100 RBI en la misma campaña: Gehrig (175), Lazzeri (102), Meusel (103) y Ruth (164). Y sacaron una diferencia de 102 vuelacercas sobre el segundo equipo más jonronrero de la Liga Americana. Su OBP (.384), SLG (.488) y OPS (.872) todavía permanecen como records.

Todo eso lo lograron jugando en el que para entonces era el estadio de mayores dimensiones de las Grandes Ligas, el Yankee Stadium, que tenía 415 pies al leftfield, 490 al lef-center, 487 al centerfield, 429 al right-center y 344 al right field.

LA FILA ASESINA:

El apodo fue creado por un periodista deportivo norteamericano para describir a los seis primeros bateadoras del line-up de los Yankees de 1918. Sin embargo, comenzó a ser usado por los aficionados para referirse al equipo durante los años veinte, hasta que en 1927 readquirió su significado original. Estaba compuesta por Earle Combs, Mark Koening, Babe Ruth, Lou Gehrig, Bob Meusel y Tony Lazzeri, quienes, no obstante, sólo jugaron juntos en 53 juegos. Estos fueron sus números:

Jugador

Posición

JJ

Turnos

Hits

Avg

Slugging %

HR

CI

Combs, EarleEarle Combs

Center fielder

152

648

231

.356

.511

6

64

Koenig, MarkMark Koenig

Shortstop

123

526

150

.285

.382

3

62

Ruth, BabeBabe Ruth

Right fielder

151

540

192

.356

.772

60

164

Gehrig, LouLou Gehrig

First baseman

155

584

218

.373

.765

47

175

Meusel, BobBob Meusel

Left fielder

135

516

174

.337

.510

8

103

Lazzeri, TonyTony Lazzeri

Second baseman

153

570

176

.309

.482

18

102

LOS 60 DE RUTH:

En el primer juego de la temporada, Babe Ruth se fue de 3-0. Sin embargo, en el inning 1 del segundo juego, ante el derecho Howard Ehmke de los Philadelphia Atlhetics, y con 2 outs en la pizarra, “El Bambino” despachó su primer cuadrangular. Ese sería el inicio de una gesta histórica para el toletero, que culminaría 152 juegos después, el viernes 30 de septiembre, en el Yankee Stadium, cuando en el 8vo inning, ante el pitcher John Zachary de los Senadores de Washington, despachó su jonrón número 60, con el cual se superó a sí mismo y rompió el record establecido por él en 1921, de 59 jonrones en una temporada. Ésta, que se decía era la marca más querida por Ruth, fue superada en 1961 por Roger Maris, también jugador de los Yankees, quien despachó 61 jonrones en esa temporada.

EL PITCHEO:

Los pitchers de los Yankees recibieron, en 1389,2 innings lanzados, 1405 hits y permitieron 605 carreras. Regalaron 409 boletos y poncharon a 431 oponentes. Tuvieron la mejor efectividad del torneo (3.20), la cual bajaba a 2.75 cuando jugaban en el Yankee Stadium, mientras que en la carretera subía a 3.64. El mejor mes de los lanzadores fue septiembre, en el que registraron una efectividad colectiva de 2.48.

Seis de sus pitchers tuvieron al menos diez o más victorias, siendo Waite Hoyt el líder, con un record de 22-7. La sorpresa de la temporada fue Wiley More, un pitcher de 30 años proveniente de las Ligas Menores, que terminó la temporada con un record de 19-7 y como líder en efectividad del torneo, con 2.28.

LOS SALARIOS:

Para 1927, el sueldo promedio de los jugadores de los Yankees era $11.000, los cuales lucen irrisorios si se les compara con el actual, que es de $6,8 millones. El mejor pagado de la época era Babe Ruth ($70.000), a quien le seguían Earle Combs ($19,500), Herb Pennock ($17,500), Urban Shocker ($13,500) y Bob Meusel ($13.000). Lou Gehrig y Tony Lazzeri ganaban cada uno $8.000, mientras que Mark Koenig ganaba $7.000.

Como recuerda el periodista Juan Vené: “Estos Yankees no tenían días libres. Cuando no tenían juegos fijados en el calendario, se los imponían de exhibición”.

SALÓN DE LA FAMA:

Seis de los peloteros de aquel equipo se encuentran actualmente en el Salón de la Fama del béisbol: Babe Ruth, Lou Gehrig, Tony Lazzery, Earle Combs, Herb Pennock y Waite Hoyt. Junto a ellos también se encuentran en Cooperstown, el Gerente General Miller Huggins y el presidente Ed Barrow, por lo que la cifra final es de 8 miembros.

DATOS CURIOSOS:

  • · Fueron el cuarto equipo en la historia de la Liga Americana en registrar al mismo tiempo el mayor average de bateo (.307) y la menor efectividad (.320).
  • · El juego más largo de la temporada tuvo 18 innings y duró 4 horas 20 minutos. Fue el 5 de septiembre, y los Yankees perdieron 12-11 contra Boston.
  • · Ruth y Gehrig batearon jonrones seguidos (back-to-back) en 5 juegos.
  • · Anotaron 131 carreras en los primeros innings, siendo éstos los más productivos.
  • · Dos veces anotaron 9 carreras en un mismo inning
  • · Ruth (8) y Gehrig (6) fueron los únicos Yankees en batear jonrones en el Fenway Park
  • · Entre el 7 y el 19 de mayo los brazos de los Yankees blanquearon a los Chicagos White Sox durante 25 innings y 1/3
  • · El promedio de asistencia por juego en el Yankee Stadium fue de 15.117 personas, y la asistencia total de la temporada fue de 1.164.015.

jueves, 27 de octubre de 2011

Babe Ruth: Mortal y solo

El 13 de junio de 1948, día de San Antonio, cayó domingo. Mientras en Cuba se realizaban las elecciones en las que Prío Socarrás saldría ganador y la recién publicada novela 1984 de George Orwell era declarada libro del mes de EEUU, en Nueva York se conmemoraba el primer cuarto de siglo del ya entonces legendario Yankee Stadium. La ocasión fue propicia para retirar el no menos legendario número 3 de ese proverbial pelotero llamado George "Babe" Ruth, también conocido como "El Bambino".

George Herman Ruth nació en Baltimore el 6 de febrero de 1985. Hijo de dos humildes taberneros que se pasaban todo el día trabajando, Ruth creció a su suerte. Al no poder atenderlo y dándose cuenta de que siendo sólo un infante ya había agarrado los vicios de la calle (robar, fumar, beber), sus padres deciden internarlo a los siete años en un orfanato católico de los sacerdotes javieranos. Allí conoció al padre Matía Gilbert, quien lo enseñó e impulsó a jugar pelota.

A los 19 años, el propietario de los Orioles de Baltimore, Jack Dunn, conocido por su habilidad de cazar talentos, contrató a Ruth en el equipo. Tanto cuidado puso en el joven pelotero que a modo de broma sus compañeros lo llamaban "el bebé de Jack", de donde terminó derivando su legendario apodo de Babe. Su record de 14-6 con una recta bastante vistosa lo convirtió pronto en toda una atracción y en el objeto de deseo de los Medias Rojas de Boston, quienes fácilmente se hicieron con él cuando en 1914, tras una crisis económica, los Orioles decidieron venderlo.

Casi 6 años después, en la que es considerada la peor transacción de la historia del béisbol, los Medias Rojas les vendieron a los Yankees a Ruth por 125 mil dólares, y fue allí donde nació la leyenda. En su primer año con los bombarderos, "El Bambino" terminó con sluggin de .851 (el más alto de la historia) bateando 54 jonrones con los que rompió el record de 29, que también lo había establecido él. Tales eran la locura y la euforia que desataba, que por primera vez en la historia hubo taquilla de más de un millón de personas para ir a verlo, razón por la cual los Yankees, que compartían el estadio Polo Ground con los Giants, decidieron construir uno nuevo para ellos solos. En su segunda yankee-temporada, en 1921, la estrella brilló aún más rompiendo todos los records establecidos hasta entonces al batear 59 jonrones, impulsar 171 carreras y anotar 177, con las cuales llevó a los Yankees a ganar, por primera vez en la historia, el campeonato de la Liga Americana.

En 1923 se terminó de construir el Yankee Stadium, bautizado por la fanaticada como "la casa que Ruth construyó". La temporada comenzó con un jonrón de “Babe” el día de la inauguración del estadio y terminó con la obtención de la primera Serie Mundial de los Yankees de Nueva York, en la que, para variar, "el Bambino" la sacó tres veces del parque. A partir de allí, y a lo largo de las siguientes 12 temporadas, hasta su retiro en 1934, Ruth siguió aumentando su mito a punta de batazos y records hasta convertirse en ícono y paradigma del atleta talentoso y del beisbolista de poder.

Sin embargo, 25 años después de que bautizara el Yankee Stadium con la fuerza bendita de un épico jonrón, las cosas para Ruth eran muy diferentes. Un cáncer de laringe, diagnosticado tardíamente dos años antes, lo iba consumiendo poco a poco.

Aquel 13 de junio de 1948, día del retiro de su número, el cielo de Nueva York fue el mejor intérprete de la emoción y tristeza que embargaba a sus millares de seguidores y admiradores, y con una lluvia proverbial, metáfora de llanto celestial, amaneció la capital del mundo. Esto no fue obstáculo para que el Yankee Stadium volviera a vivir otro de esos legendarios llenazos que con Ruth se hicieron costumbre. Más bien fue el toque alegórico que la naturaleza puso a un día que no podía ser sino nostálgico.

Como hacía un cuarto de siglo, los sobrevivientes de aquel equipo de 1923 se encontraban en el Yankee Stadium. Fueron ellos quienes en el club house del equipo ayudaron a Ruth a ponerse su antiguo uniforme, que ya para ese momento le quedaba grande y holgado como si nunca le hubiera pertenecido. Y fueron también ellos quienes lo escoltaron en su entrada al terreno de juego, en la cual tuvo que apoyarse en su bate y usarlo como bastón para poder subir los escalones de la cueva.

Apenas pisó el campo comenzó la ovación. Mientras su delgada silueta emergía lenta y dificultosamente del club house y se dirigía pausadamente hasta el home plate, las 50.000 almas que acudieron al estadio se pusieron de pie y le brindaron entre aplausos, vítores y vivas el mejor y más sentido de los homenajes. Ese momento fue inmortalizado en una frase por el periodista Wilfred C.Heizn de The New York Sun: "Caminó mientras escuchaba el sonido de la fanaticada, que debía conocer mejor que cualquier otro hombre".

Después pronunciar unas breves palabras y de hacer algunos amagos de swing, Ruth se sentó tranquilo a ver como sus compañeros, aquellos héroes que en 1923 junto a él le dieron a los Yankees su primera Serie Mundial, jugaban un partido de exhibición a 3 innings, en el cual él, de lo débil que estaba, no pudo participar. Porque Ruth se moría y lo sabía. Así se lo dijo entre lágrimas al final de esa tarde a su excompañero "Jumping Joe" Duncan: "Me estoy yendo, Joe". Y efectivamente, 2 meses y 3 días después, el 16 de agosto a las 8:01 PM, Georgen Herman Ruth, el prodigioso beisbolista que a punta de batazos cambió para siempre el juego, construyó un estadio y se convirtió en leyenda, se fue.

BABE RUTH Y YO

Para todo fanático de los Yankees la figura de Babe Ruth es el primer objeto de culto, si no de veneración, que hay en el equipo. Sus records, vida e historia son de conocimiento obligatorio para todo aquel que se precie de ser fanático de los también llamados "Bombarderos del Bronx". Dentro de la "yankeelogía" en general y la "BabeRuthlogía" en particular aquella tarde del 13 de junio de 1948 ocupa un lugar especial. Está escrita con indeleble y dolorosa tinta en la memoria afectiva del equipo y se encuentra entre los primeros y más tristes recuerdos de ese entonces, igualado solo quizás por aquella otra tarde de 1939, también infausta, en la que se despidió a Lou Gehrig.

Para quienes no pensábamos ni remotamente nacer en aquel entonces, quedaron varias crónicas, algunos libros y una que otra fotografía, entre ellas una inolvidable de ese momento en el que el número 3 de “El Bambino” Ruth fue retirado. Esa foto fue precisamente la que le hizo merecer el Pulitzer de Fotografía de 1949 a Nathaniel Fein del New York Herald Tribune. Aparece Ruth con su tres en la espalda, encorvado, apoyado con la mano derecha en el bate y cargando su gorra con la izquierda. A su derecha los héroes del 23, todos de pie, y un par de fotógrafos de rodilla. En el fondo, la tribuna completamente llena.



Durante muchos años esta fue para mí la representación por excelencia de aquella tarde, símbolo de gloria y tristeza e ícono de despedida. Babe Ruth y su número tres estaban asociados indefectiblemente a ella. Sin embargo, una nueva foto apareció en el panorama. La encontré cuando buscaba alguna sobre la cual hacer un trabajo de fotografía periodística. La reconocí instantáneamente y su aparición produjo en mí una discreta euforia, ya que era la otra cara de la moneda, el envés de ese haz fotográfico que estaba en mi recuerdo, la instantánea que alguno de los fotógrafos que aparecen en la foto del Pulitzer pudo haber tomado.



Es una foto estéticamente agradable y fotográficamente correcta (simplicidad, regla de los tercios). Hay en ella eso que Barthes llamaba “studium”. Ruth aparece, por primera vez, de frente. Está parado justo en la frontera que marca la raya de cal que dibuja el diamante, con ambos pies en zona buena y el bate en la zona mala. Todo su cuerpo, y eso es bastante notorio en la foto, se apoya sobre el madero como cruel metáfora de lo inclemente de la vida. El bate, ese que fue el instrumento con el que subió al cielo de las estrellas, ese con el que se hizo el más temible bateador de la época, ese que dominó como pocos, quedó convertido por (des)ventura del destino en el sostén de su frágil humanidad.

Los pliegues del uniforme, sobre todo en el área de las piernas, hacen que sea notoria la pérdida de peso de la que era víctima por causa de la enfermedad. El uniforme rayado con el que tantos records rompió y cuya ganadora y memorable historia ayudó a forjar como pocos, ahora lo delataba como señalando a un impostor y diciendo que ese débil cuerpo no era el de aquel que lo llevó a obtener la gloria inmarcesible del triunfo.

La cara de Ruth, no obstante, habla bastante poco. Quizás porque a causa de la sombra que hace la gorra no se le ven los ojos, siempre los más reveladores, de su expresión no se puede decir mucho. No sonríe, pero tampoco se le ve triste o desolado. Simplemente está allí.

De fondo están las gradas del estadio. Llama de ellas la atención que se encuentran prácticamente vacías. Alguna que otra persona se divisa débilmente al fondo, pero nada más. Ni a cien llegan. ¿Por qué? Desde la primera vez que vi la foto y durante todas las veces que la he detallado no he dejado de repetirme esta pregunta: ¿por qué no está llena esa grada? Ese curioso detalle me punza, me inquiere, me inquieta e incluso me fastidia. Ese, parafraseando a Barthes, es el "punctum" de la foto.

Tal vacío me ha removido y me ha llamado y llevado a la acción. A analizar que por el ángulo en el que fue tomada la foto y por la posición en que él se encuentra dentro del terreno, esa grada debe corresponder a la del center field del campo. A restar que si el aforo de aquel Yankee Stadium era de 58.000 personas y las crónicas del momento hablan de 50.000 presentes, entonces esas 8.000 que deben faltar son las de esa grada. Pero, ¿por qué no están esas personas allí?, ¿por qué no fueron?, ¿o es que fueron y por causa de la lluvia prefirieron resguardarse mientras escampaba? ¿Por qué ese vacío?

Como no le he conseguido explicación, al menos me he consolado con una interpretación más o menos literaria: la grada vacía como símbolo de la soledad del enfermo, como representación de la triste realidad de Ruth en ese instante. En la foto del Púlitzer él está de espalda, su tres inmortal es lo que queda y de fondo están sus compañeros del 23 y una tribuna repleta. Es una gloria triste, con sabor a despedida, pero gloria al fin. En esta foto, por el contrario, el hombre enfermo y disminuido está de frente, tiene rostro, se le ve (cosa importante), y en ese vacío de atrás está la desolación de una enfermedad que acaba con todo.

La muerte de Ruth, que efectivamente sucedió tiempo después, es gritada y casi profetizada en esta foto, de todas, quizás, la más humana y por eso la más dramática. Porque también la del Pulitzer profetiza su muerte, pero una muerte en gloria, una muerte épica, cuya consumación da inmediato origen al nacimiento, sin ese obstáculo de la vida, a una auténtica e inmortal leyenda. Cosa que no pasa en ésta, en la que quien morirá es un hombre con estampa de enfermo y rostro sereno. Un hombre de carne y hueso, y, como todos, mortal. Mortal y solo.

jueves, 24 de marzo de 2011

La soledad del huelguista...

Mientras Vilca Fernández cosía sus labios dentro de la ambulancia, el panorama en la Francisco de Miranda era desolador: había más periodistas, camarógrafos y fotógrafos que sociedad civil. A cincuenta no llegábamos. Pónganle cuarenta, metan en ese saco a los de logística, y va que chuta la cifra. Políticos, ninguno; dirigentes estudiantiles, uno: Diego Sharifker, presidente de la FCU-UCV. Más nadie.

Era un poco más de la 1 PM y la transitada arteria víal mantenía su frenético ritmo: carros y gente iban y venían. Alguna que otra persona se paraba, veía a lados tratando se buscar respuesta y seguía. La vida transcurría como si tal al son de la cotidianidad caraqueña. Pero no allí y no para nosotros, a quienes el tiempo nos lo marcaban la ambulancia y lo que estaba sucediendo adentro.

Con el monóxido de carbono se respiraban en dosis iguales expectativa, tristeza y resignación. Todos sabíamos que iba a pasar precisamente lo que hubiésemos querido que no pasara y cada quien lo llevaba como podía. Unos fumando, algunos hablando, otros caminando de un lado a otro y así. Los camarógrafos, que tenían rodeada la ambulancia, eran la medida para saber cuan cerca o lejos estábamos del momento cumbre: cámaras arriba, se acerca; cámaras abajo, a esperar.

Y durante mucho tiempo estuvieron abajo y un par de veces subieron en vano. Hasta que se acabó lo que se daba: la puerta de la ambulancia se abrió, camarógrafos y fotógrafos a golpes y empujones, a trancas y barrancas, empezaron a hacer lo suyo, y Fernández salió. La imagen la tengo fresca: chaqueta tricolor, mirada abúlica, puño en alto y medio labio cosido. Lo dije en twitter y lo ratifico acá: fue fuerte.

Se trató de uno de esos momentos en los que algo se quiebra y se desbordan las pasiones: lágrimas de las señoras, aplausos de los señores, el himno entonado por alguna garganta, insultos, maldiciones y desconcierto general. Yo, que tiendo más a la parquedad y al estoicismo, respiré profundo y traté de buscarle el lado racional a lo que simple y llanamente era la imagen de la sinrazón y el sinsentido.

Y no lo digo por Fernández, cuya acción es discutible y yo particularmente no comparto, quien al final no es sino una víctima de varios verdugos: la indolencia criminal de un gobierno incapaz de atender un reclamo justo, la indiferencia abismal de una sociedad que habla y twittea mucho y muy bien pero no se mueve ni conmueve y mucho menos presiona ante un hecho así, y el sectarismo y celo casi suicidas de una dirigencia estudiantil que a veces se empeña en parecerse mucho -y en lo malo- a sus abuelos de la mal llamada cuarta.

"Aquí hay dignidad" fue lo que, como pudo, balbuceó al final. Yo le creí. Imposible no hacerlo viniendo de alguien que aún en el peor estado de indefensión y soledad se mantiene en su ley y lucha por lo que cree. Recordé a aquellos cantantes argentinos que son hermanos: "somos pocos, pero buenos". En este caso poquísimos. No digo más.