El pasado domingo apareció publicado en la sección de opinión del primer cuerpo de El Nacional un artículo titulado Religión y atraso firmado por Héctor Fáundez, el cual pretendía ser una especie de respuesta a la carta pastoral de Monseñor Roberto Lückert. Digo que pretendía y no que lo fue, ya que se trató de una respuesta no a lo que dijo el Arzobispo de Coro, sino a lo que su autor imaginó –o mal entendió, o mal interpretó- que dijo. De modo que el artículo terminó siendo una especie de pelea contra el humo, que no por absurda fue inofensiva.
Fáundez comenzó su escrito mencionando las prácticas de los ayatolás iraníes, la enseñanza oriental del karma, la destrucción que han dejado los terroristas islámicos, la prohibición de transfusiones sanguíneas de la secta Testigos de Jehová, lo que él llama el “apartheid” que se inició con la llegada de los judíos a Israel, el sincretismo religioso de los cubanos y haitianos, algunas prácticas medievales de la Iglesia Católica y algunas posturas actuales de la misma –oposición a la experimentación con células madres, por ejemplo-. Así que después de mezclar churras con merinas, que dirían en España, y declararse ateo con todas las de la ley, concluyó que religión y atraso van tan de la mano como Hansel y Grettel camino a casa de la bruja.
Argumentada de esa manera, partiendo de ejemplos tan concretos, metiendo en un mismo saco a religiones y sectas, y mezclando la práctica de la religión con la desviación y casi negación de la misma, su tesis resulta fácilmente rebatible. Pero más allá de eso, que al final entra dentro del terreno de lo discutible y lo opinable, hay un par de cosas en el texto de Fáundez que no admiten discusión alguna por lo comprobadamente falsas que son.
La primera de ellas tiene que ver con lo dicho por Lücker, de cuya mala lectura es que su desvía todo esto. Dice Don Héctor que su artículo surge: “porque Roberto Luckert, uno de los jerarcas de la Iglesia Católica venezolana, relacionó el atraso con ‘el ateísmo’”. Sin embargo, al buscar el texto original nos encontramos con que la única vez que aparece mencionada la palabra ateísmo es en el siguiente párrafo:
“[Al Cardenal Urosa se le citó a la AN por] haber calificado el socialismo marxista del cual se ufana el gobierno, como verdadero comunismo, que la Iglesia condena, porque fue el responsable del atraso y del ateísmo de algunos países”
La segunda indiscutible tiene que ver ya no con una mala interpretación, sino con una mentira. Dice Fáundez:
“el padre Roberto Luckert consideraría una insensatez que alguien le señalara como cómplice del Papa Benedicto XVI que bendecía los ejércitos de Hitler y Mussolini”
Para desmontar rapidito la falsedad de la frase basta con hacer una pequeña precisión cronológica: Mussolini murió el 28 de abril de 1945, Hitler se suicidó dos días después, el fin de la Alemania Nazi se dio con la capitulación de Keitel ante Zhúkov el 9 de mayo de ese mismo año y Joseph Ratzinger fue ordenado sacerdote seis años después, el 29 de junio de 1951; es decir, es imposible que bendijera esos ejércitos.
No sé si es que con el ateísmo recalcitrante que profesa Faúndez viene incluida también alguna incredulidad en el carácter lineal de la temporalidad del mundo bajo la cual sea totalmente factible que sacerdote ordenado en 1951 pueda retroceder algunos años para bendecir a unos ejércitos ya desaparecidos o qué. Pero sin duda, a la luz de la más elemental lógica, lo que dice el Don Hector no es sino una mentira.
Si una vez comprobada la imposibilidad de ocurrencia de la bendición marcial retrospectiva se ubican las dudas en su intencionalidad -es decir, Ratzinger no los bendijo no porque no quiso sino porque no pudo- basten entonces este par de citas del actual Papa:
“El nazismo es una ideología demoníaca”
“Hitler fue un personaje demoníaco (…) así lo demuestra la manera en que ejerció el poder, el terror y el daño que provocó”
¿Son estas frases de un bendecidor en intención del nazismo y el fascismo? No.
Don Héctor puede ser todo lo ateo que le da la gana, como yo puedo ser todo lo creyente que me da la gana. Puede estar tan en contra de la religión como yo a favor, y eso no está mal. Ambos estamos en nuestros derechos tanto de estarlo como de expresarlo. El problema no es ese. El problema, para copiarle el estilo en la última frase, es la mentira; no el ateísmo.