miércoles, 22 de septiembre de 2010

A Héctor Fáundez: es la mentira; no el ateísmo



El pasado domingo apareció publicado en la sección de opinión del primer cuerpo de El Nacional un artículo titulado Religión y atraso firmado por Héctor Fáundez, el cual pretendía ser una especie de respuesta a la carta pastoral de Monseñor Roberto Lückert. Digo que pretendía y no que lo fue, ya que se trató de una respuesta no a lo que dijo el Arzobispo de Coro, sino a lo que su autor imaginó –o mal entendió, o mal interpretó- que dijo. De modo que el artículo terminó siendo una especie de pelea contra el humo, que no por absurda fue inofensiva.

Fáundez comenzó su escrito mencionando las prácticas de los ayatolás iraníes, la enseñanza oriental del karma, la destrucción que han dejado los terroristas islámicos, la prohibición de transfusiones sanguíneas de la secta Testigos de Jehová, lo que él llama el “apartheid” que se inició con la llegada de los judíos a Israel, el sincretismo religioso de los cubanos y haitianos, algunas prácticas medievales de la Iglesia Católica y algunas posturas actuales de la misma –oposición a la experimentación con células madres, por ejemplo-. Así que después de mezclar churras con merinas, que dirían en España, y declararse ateo con todas las de la ley, concluyó que religión y atraso van tan de la mano como Hansel y Grettel camino a casa de la bruja.

Argumentada de esa manera, partiendo de ejemplos tan concretos, metiendo en un mismo saco a religiones y sectas, y mezclando la práctica de la religión con la desviación y casi negación de la misma, su tesis resulta fácilmente rebatible. Pero más allá de eso, que al final entra dentro del terreno de lo discutible y lo opinable, hay un par de cosas en el texto de Fáundez que no admiten discusión alguna por lo comprobadamente falsas que son.

La primera de ellas tiene que ver con lo dicho por Lücker, de cuya mala lectura es que su desvía todo esto. Dice Don Héctor que su artículo surge: “porque Roberto Luckert, uno de los jerarcas de la Iglesia Católica venezolana, relacionó el atraso con ‘el ateísmo’”. Sin embargo, al buscar el texto original nos encontramos con que la única vez que aparece mencionada la palabra ateísmo es en el siguiente párrafo:

“[Al Cardenal Urosa se le citó a la AN por] haber calificado el socialismo marxista del cual se ufana el gobierno, como verdadero comunismo, que la Iglesia condena, porque fue el responsable del atraso y del ateísmo de algunos países”


De lo cual la única lectura que se puede extraer es que el comunismo les trajo a los países donde se practicó atraso y ateísmo. Ambas cosas están juntas en la frase no por ser equivalentes sino por ser consecuencias de ese tipo de régimen político. Entender eso como que el comunismo genera atraso y el atraso genera ateísmo, o que el comunismo genera ateísmo y el ateísmo genera atraso es interpretar muy mal –realmente mal- las cosas.

La segunda indiscutible tiene que ver ya no con una mala interpretación, sino con una mentira. Dice Fáundez:

“el padre Roberto Luckert consideraría una insensatez que alguien le señalara como cómplice del Papa Benedicto XVI que bendecía los ejércitos de Hitler y Mussolini

Para desmontar rapidito la falsedad de la frase basta con hacer una pequeña precisión cronológica: Mussolini murió el 28 de abril de 1945, Hitler se suicidó dos días después, el fin de la Alemania Nazi se dio con la capitulación de Keitel ante Zhúkov el 9 de mayo de ese mismo año y Joseph Ratzinger fue ordenado sacerdote seis años después, el 29 de junio de 1951; es decir, es imposible que bendijera esos ejércitos.

No sé si es que con el ateísmo recalcitrante que profesa Faúndez viene incluida también alguna incredulidad en el carácter lineal de la temporalidad del mundo bajo la cual sea totalmente factible que sacerdote ordenado en 1951 pueda retroceder algunos años para bendecir a unos ejércitos ya desaparecidos o qué. Pero sin duda, a la luz de la más elemental lógica, lo que dice el Don Hector no es sino una mentira.

Si una vez comprobada la imposibilidad de ocurrencia de la bendición marcial retrospectiva se ubican las dudas en su intencionalidad -es decir, Ratzinger no los bendijo no porque no quiso sino porque no pudo- basten entonces este par de citas del actual Papa:

“El nazismo es una ideología demoníaca”

Hitler fue un personaje demoníaco (…) así lo demuestra la manera en que ejerció el poder, el terror y el daño que provocó”

¿Son estas frases de un bendecidor en intención del nazismo y el fascismo? No.

Don Héctor puede ser todo lo ateo que le da la gana, como yo puedo ser todo lo creyente que me da la gana. Puede estar tan en contra de la religión como yo a favor, y eso no está mal. Ambos estamos en nuestros derechos tanto de estarlo como de expresarlo. El problema no es ese. El problema, para copiarle el estilo en la última frase, es la mentira; no el ateísmo.

jueves, 16 de septiembre de 2010

El Sarao


El Sarao” tiene algo, eso le dije a una amiga vía twitter. Un “algo” que se manifiesta, incluso, mucho antes de pisar el sitio, con solo mencionarlo. El nombre caribeño y tropical del local tiene fonética de leyenda. Uno lo ha oído siempre, pero no ha ido nunca. Porque no está de moda, porque ir al “El Sarao” no es in, por el prejuicio salsero, porque en frente mataron a un chamo, por esto y por lo otro. Motivos hay, vamos. Pero también curiosidad, esa que despiertan este tipo de lugares que se debaten entre el mito y la decadencia, y que fue precisamente la que me llevó a decir sí cuando me invitaron.

La ubicación no es mala. Está en la frontera entre Chacao y Altamira, a una cuadra de la Francisco de Miranda, en el Centro Comercial Bello Campo, una de esas estructuras de la Caracas “setentosa” que alberga tiendas, restaurantes, tascas, supermercados, pero que a la luz de los sambiles, tolones, recreos e, incluso, cccts ya no merece el nombre -¿o es adjetivo?- de centro comercial.

Se le entra bajando por la rampa del sótano –escaleras mecánicas y ascensores no son precisamente la norma en el Bello Campo- y allí está, por fin, después de tanto escuchar y elucubrar. Un pasillo que no es ni corto ni largo, bien iluminado, remembranza de antiguas colas y llenazos espectaculares, da la bienvenida. Al inicio, un cartel con todas las prohibiciones –franelas, shorts, zapatos de goma, pantalones rotos y pare usted de contar-; al fondo, un monitor con una toma de todo el pasillo.

El recibimiento lo da un vigilante, enfluxado, grande y con malas noticias, como casi todos: 100 BsF para entrar. ¿Por qué? Porque se celebra San Fermín en Pamplona o porque es viernes de cuarto menguante, cualquier excusa es buena. Total que billeticos marrones salen de las carteras y par de tickets entran en los bolsillos, los cuales, ¡santas promociones, Batman!, equivalen en la barra a 100 BsF en tragos. Después viene la requisa, bastante minuciosa, y bienvenidos todos, ahora sí, al templo menor de la salsa caraqueña: “El Sarao…al que nadie le quita lo bailao”.

Inmenso y tropical. Esos son los dos primeros adjetivos que vienen a la mente al entrar. Un largo pasillo central, dos barras, infinidad –y cuando digo infinidad, es infinidad- de mesas a los lados, una pista de baile, una tarima y mucho espacio. A lo largo del pasillo pantallas planas con algún juego de grandes ligas y sobre las mesas manteles con estampados caribeños. Es diferente, sin duda.

En su mayoría, al público se le podría definir con el coqueto y mercadeable eufemismo de “adulto contemporáneo”. De veintitantos para arriba. Venegorditos en camisa con sus veneculonas en mini-falda. Gerentes de corbata con sus ejecutivas de blazer. Tríos y cuartetos de mujeres solas, a quienes la soltería se les nota tanto como las ganas de dejarla. Hombres con sus muy mal disimulados cuarenta y dele sentados solos en la barra viendo que pescan. Y, créase que no, algunos grupos de gente más joven -entiéndase veintipiquito, porque esto tampoco es Area-. Todos muy arregladitos. Todos muy cuadros medios. Todos muy clase media.

En cuanto a música, la salsa es el género mayor…en las primeras horas. Suena y muy bien –y se baila mejor-, pero a medida que pasa el tiempo, este templo, esta basílica menor, hace gala de una especie de ecumenismo que la lleva a alternar un poquito con merengue ochentoso –“una fotografía, pam, pam, pam”-, un poquito con Proyecto Uno –“anoo-o-o-other night, otra noche sin tu amor”- y cuando uno menos se da cuenta ya está sonando el reggaetón. ¿Cóooooomo? Pues sí. No todo el tiempo porque puede haber rebelión en la granja, pero suena y también delata, vaya que sí. Explicarlo me resulta complicado: como casi todo, el baile también es generacional y allí se distingue claramente la generación que creció con reggaetón de la que creció sin reggaetón. No porque estos últimos vayan a sentarse cuando suena, todo lo contrario, un baile tan libidinoso es siempre una invitación a la pista, sino por la forma en que lo bailan, un “perreo” merenguero, que no es perreo ni es merengue y que tampoco luce mucho.

El del baño de caballeros es un capítulo aparte. Primero porque es inmenso, como todo en El Sarao, y tiene algo así como diez pocetas y diez urinarios. Segundo porque está limpio después de la 1:00 AM, virtud admirable donde las haya. Y tercero, last but not least, porque dentro hay una tiendita, una quincallita, un kiosquito, un puestico de venta, que le da al sitio ese detalle pintoresco que le faltaba para terminar de hacerlo diferente. Pero además de pintoresco, también es bastante útil ya que vende cualquier cantidad de chucherías –chicles, caramelos, chocolates, galletas-, cigarrillos detallados y, cuentan en Venezuela Jonron –esto ya no llegué a verlo-, condones, viagra, gelatina para el pelo, desodorante y rociadas de colonia a cada lado del cuello; es decir, todo lo que un caballero podría necesitar en casos de emergencia, que también las llegamos a tener.

De solidarios, los precios de las bebidas no tienen ni la ‘s’ –a 50 la cubalibre-. No así los de la comida -porque, sí, en El Sarao también venden comida-, que aparte de buena es barata y, cosa importante, abundante. Hablo por las empanaditas: diez –cinco de carne y cinco de pollo- por 20 BsF., aunque también había tequeños, croquetas y demás. Precisamente, cuando me comía una de las empanaditas, sonaba al fondo un merengue de los clásicos y veía a la gente bailar tuve la sensación de estar en una boda. Coleado, pagando y sin conocer a la novia, claro, pero boda al fin. Ésa es la mejor forma de definir el ambiente del local.

Luego, pasadas unas cuantas horas, llegó el momento de partir. A la salida, un atípico grupito de PM´s custodiaba la entrada. Atípico porque no robaban. Atípico porque no matraqueaban. Atípico porque estaban en la entrada de El Sarao, que finalmente es eso: un lugar atípico.