De Robert Pérez cuenta la leyenda –y lo pueden ratificar los empleados del Antonio Herrera Gutierrez- que es el primero que llega al estadio y el último que se va. Sus rutinas de trabajo han alcanzado el nivel del mito, y ya es casi un clásico velo ejercitarse en clubhouse larense. Dicen que entrena hasta en los feriados, que cuando se va de 4-0 hace el doble de ejercicio, y que hay veces que ni los peloteros más jóvenes son capaces de aguantarle el trote.
Algo de cierto habrá cuando el propio Phill Reagan llegó a jurar por siete cruces que jamás en su larga y beisbolera vida había visto a pelotero alguno entrenar como lo hacía Pérez. Era el año 2004 y el veterano estadounidense, para entonces mánager de Cardenales, no dejaba de admirarse y alabar en voz alta la disciplina y constancia de La Pared Negra. Amazing, amazing.
Fue en ese año, precisamente, cuando Pérez se vio obligado a someterse a una cirugía en el talón derecho, que lo tuvo de baja un tiempo y le dejó como secuela una leve cojera, apenas perceptible. Aquella operación parecía ser un punto de inflexión en su carrera, pero no pasó de ser una anécdota y nada más. La Pared Negra se recuperó y volvió, erguida, al béisbol.
Veinticuatro son las temporadas que acumula en la LVBP, todas con Cardenales de Lara, el equipo de sus amores, de su carrera y de su vida. “El Cardenal mayor”, le dicen. Es ya la última pieza que queda activa de aquella gloriosísima trinidad guara que conformó en los noventa junto a Luís Sojo y Giovanni Carrara, sus compadres; y ha jugado incluso con los hijos de José Escobar y Juan Querecuto, compañeros de otrora.
En todo este tiempo, Robert Pérez ha ido acumulando numeritos, rompiendo marcas e imponiendo records. Destronando a los ídolos de antaño y escribiendo su nombre con letras de oro en los libros de historia del béisbol. A Luís “Camaleón” García le quitó el record de impulsadas en 2006; a Antonio Armas, el de cuadrangulares en 2007 y el de más remolcadas en una final en 2008; a Vitico Davalillo, el de dobles en 2009. Actualmente es líder absoluto en todos esos departamentos, en los que acumula 693 producidas, 198 jonrones, 215 dobles y 58 impulsadas en finales.
A sus 42 años, el guerrero todavía no reposa. Ya no se le suele ver haciendo ese swing de gradas con el que a tantos pitchers martirizó en su época, sino que ahora busca hacer contacto, golpear la bola, ponerla en juego. Y ahí sigue.
El pasado 8 de noviembre, ante el pitcher Víctor Moreno, de Aragua, conectó su hit número 1290 y sobrepasó así a Teolindo “El loquito que inventó el hit” Acosta, para ubicarse como el segundo bateador con más imparables de la historia de la LVBP, solo por detrás de Vitico Davalillo, que tiene 1505. Casi 20 días después, el 27 de ese mismo mes, anotó su carrera número 600, con la que se puso en el cuarto lugar de todos los tiempos.
Su contrato con Cardenales, renovado este año, le otorga una temporada más en la LVBP. Después de eso, según el mismo ha dicho, se retirará. Lo hará en gloria, de eso no cabe duda, como uno de los peloteros históricos de esta liga y quizás el mejor que en ella haya jugado. La pregunta es, de acá a ese entonces, ¿cuáles otros records romperá? Eso no le preocupa. Como le dijo a Meridiano: “Si llegan, llegarán solos”. Que así sea.