jueves, 27 de octubre de 2011

Babe Ruth: Mortal y solo

El 13 de junio de 1948, día de San Antonio, cayó domingo. Mientras en Cuba se realizaban las elecciones en las que Prío Socarrás saldría ganador y la recién publicada novela 1984 de George Orwell era declarada libro del mes de EEUU, en Nueva York se conmemoraba el primer cuarto de siglo del ya entonces legendario Yankee Stadium. La ocasión fue propicia para retirar el no menos legendario número 3 de ese proverbial pelotero llamado George "Babe" Ruth, también conocido como "El Bambino".

George Herman Ruth nació en Baltimore el 6 de febrero de 1985. Hijo de dos humildes taberneros que se pasaban todo el día trabajando, Ruth creció a su suerte. Al no poder atenderlo y dándose cuenta de que siendo sólo un infante ya había agarrado los vicios de la calle (robar, fumar, beber), sus padres deciden internarlo a los siete años en un orfanato católico de los sacerdotes javieranos. Allí conoció al padre Matía Gilbert, quien lo enseñó e impulsó a jugar pelota.

A los 19 años, el propietario de los Orioles de Baltimore, Jack Dunn, conocido por su habilidad de cazar talentos, contrató a Ruth en el equipo. Tanto cuidado puso en el joven pelotero que a modo de broma sus compañeros lo llamaban "el bebé de Jack", de donde terminó derivando su legendario apodo de Babe. Su record de 14-6 con una recta bastante vistosa lo convirtió pronto en toda una atracción y en el objeto de deseo de los Medias Rojas de Boston, quienes fácilmente se hicieron con él cuando en 1914, tras una crisis económica, los Orioles decidieron venderlo.

Casi 6 años después, en la que es considerada la peor transacción de la historia del béisbol, los Medias Rojas les vendieron a los Yankees a Ruth por 125 mil dólares, y fue allí donde nació la leyenda. En su primer año con los bombarderos, "El Bambino" terminó con sluggin de .851 (el más alto de la historia) bateando 54 jonrones con los que rompió el record de 29, que también lo había establecido él. Tales eran la locura y la euforia que desataba, que por primera vez en la historia hubo taquilla de más de un millón de personas para ir a verlo, razón por la cual los Yankees, que compartían el estadio Polo Ground con los Giants, decidieron construir uno nuevo para ellos solos. En su segunda yankee-temporada, en 1921, la estrella brilló aún más rompiendo todos los records establecidos hasta entonces al batear 59 jonrones, impulsar 171 carreras y anotar 177, con las cuales llevó a los Yankees a ganar, por primera vez en la historia, el campeonato de la Liga Americana.

En 1923 se terminó de construir el Yankee Stadium, bautizado por la fanaticada como "la casa que Ruth construyó". La temporada comenzó con un jonrón de “Babe” el día de la inauguración del estadio y terminó con la obtención de la primera Serie Mundial de los Yankees de Nueva York, en la que, para variar, "el Bambino" la sacó tres veces del parque. A partir de allí, y a lo largo de las siguientes 12 temporadas, hasta su retiro en 1934, Ruth siguió aumentando su mito a punta de batazos y records hasta convertirse en ícono y paradigma del atleta talentoso y del beisbolista de poder.

Sin embargo, 25 años después de que bautizara el Yankee Stadium con la fuerza bendita de un épico jonrón, las cosas para Ruth eran muy diferentes. Un cáncer de laringe, diagnosticado tardíamente dos años antes, lo iba consumiendo poco a poco.

Aquel 13 de junio de 1948, día del retiro de su número, el cielo de Nueva York fue el mejor intérprete de la emoción y tristeza que embargaba a sus millares de seguidores y admiradores, y con una lluvia proverbial, metáfora de llanto celestial, amaneció la capital del mundo. Esto no fue obstáculo para que el Yankee Stadium volviera a vivir otro de esos legendarios llenazos que con Ruth se hicieron costumbre. Más bien fue el toque alegórico que la naturaleza puso a un día que no podía ser sino nostálgico.

Como hacía un cuarto de siglo, los sobrevivientes de aquel equipo de 1923 se encontraban en el Yankee Stadium. Fueron ellos quienes en el club house del equipo ayudaron a Ruth a ponerse su antiguo uniforme, que ya para ese momento le quedaba grande y holgado como si nunca le hubiera pertenecido. Y fueron también ellos quienes lo escoltaron en su entrada al terreno de juego, en la cual tuvo que apoyarse en su bate y usarlo como bastón para poder subir los escalones de la cueva.

Apenas pisó el campo comenzó la ovación. Mientras su delgada silueta emergía lenta y dificultosamente del club house y se dirigía pausadamente hasta el home plate, las 50.000 almas que acudieron al estadio se pusieron de pie y le brindaron entre aplausos, vítores y vivas el mejor y más sentido de los homenajes. Ese momento fue inmortalizado en una frase por el periodista Wilfred C.Heizn de The New York Sun: "Caminó mientras escuchaba el sonido de la fanaticada, que debía conocer mejor que cualquier otro hombre".

Después pronunciar unas breves palabras y de hacer algunos amagos de swing, Ruth se sentó tranquilo a ver como sus compañeros, aquellos héroes que en 1923 junto a él le dieron a los Yankees su primera Serie Mundial, jugaban un partido de exhibición a 3 innings, en el cual él, de lo débil que estaba, no pudo participar. Porque Ruth se moría y lo sabía. Así se lo dijo entre lágrimas al final de esa tarde a su excompañero "Jumping Joe" Duncan: "Me estoy yendo, Joe". Y efectivamente, 2 meses y 3 días después, el 16 de agosto a las 8:01 PM, Georgen Herman Ruth, el prodigioso beisbolista que a punta de batazos cambió para siempre el juego, construyó un estadio y se convirtió en leyenda, se fue.

BABE RUTH Y YO

Para todo fanático de los Yankees la figura de Babe Ruth es el primer objeto de culto, si no de veneración, que hay en el equipo. Sus records, vida e historia son de conocimiento obligatorio para todo aquel que se precie de ser fanático de los también llamados "Bombarderos del Bronx". Dentro de la "yankeelogía" en general y la "BabeRuthlogía" en particular aquella tarde del 13 de junio de 1948 ocupa un lugar especial. Está escrita con indeleble y dolorosa tinta en la memoria afectiva del equipo y se encuentra entre los primeros y más tristes recuerdos de ese entonces, igualado solo quizás por aquella otra tarde de 1939, también infausta, en la que se despidió a Lou Gehrig.

Para quienes no pensábamos ni remotamente nacer en aquel entonces, quedaron varias crónicas, algunos libros y una que otra fotografía, entre ellas una inolvidable de ese momento en el que el número 3 de “El Bambino” Ruth fue retirado. Esa foto fue precisamente la que le hizo merecer el Pulitzer de Fotografía de 1949 a Nathaniel Fein del New York Herald Tribune. Aparece Ruth con su tres en la espalda, encorvado, apoyado con la mano derecha en el bate y cargando su gorra con la izquierda. A su derecha los héroes del 23, todos de pie, y un par de fotógrafos de rodilla. En el fondo, la tribuna completamente llena.



Durante muchos años esta fue para mí la representación por excelencia de aquella tarde, símbolo de gloria y tristeza e ícono de despedida. Babe Ruth y su número tres estaban asociados indefectiblemente a ella. Sin embargo, una nueva foto apareció en el panorama. La encontré cuando buscaba alguna sobre la cual hacer un trabajo de fotografía periodística. La reconocí instantáneamente y su aparición produjo en mí una discreta euforia, ya que era la otra cara de la moneda, el envés de ese haz fotográfico que estaba en mi recuerdo, la instantánea que alguno de los fotógrafos que aparecen en la foto del Pulitzer pudo haber tomado.



Es una foto estéticamente agradable y fotográficamente correcta (simplicidad, regla de los tercios). Hay en ella eso que Barthes llamaba “studium”. Ruth aparece, por primera vez, de frente. Está parado justo en la frontera que marca la raya de cal que dibuja el diamante, con ambos pies en zona buena y el bate en la zona mala. Todo su cuerpo, y eso es bastante notorio en la foto, se apoya sobre el madero como cruel metáfora de lo inclemente de la vida. El bate, ese que fue el instrumento con el que subió al cielo de las estrellas, ese con el que se hizo el más temible bateador de la época, ese que dominó como pocos, quedó convertido por (des)ventura del destino en el sostén de su frágil humanidad.

Los pliegues del uniforme, sobre todo en el área de las piernas, hacen que sea notoria la pérdida de peso de la que era víctima por causa de la enfermedad. El uniforme rayado con el que tantos records rompió y cuya ganadora y memorable historia ayudó a forjar como pocos, ahora lo delataba como señalando a un impostor y diciendo que ese débil cuerpo no era el de aquel que lo llevó a obtener la gloria inmarcesible del triunfo.

La cara de Ruth, no obstante, habla bastante poco. Quizás porque a causa de la sombra que hace la gorra no se le ven los ojos, siempre los más reveladores, de su expresión no se puede decir mucho. No sonríe, pero tampoco se le ve triste o desolado. Simplemente está allí.

De fondo están las gradas del estadio. Llama de ellas la atención que se encuentran prácticamente vacías. Alguna que otra persona se divisa débilmente al fondo, pero nada más. Ni a cien llegan. ¿Por qué? Desde la primera vez que vi la foto y durante todas las veces que la he detallado no he dejado de repetirme esta pregunta: ¿por qué no está llena esa grada? Ese curioso detalle me punza, me inquiere, me inquieta e incluso me fastidia. Ese, parafraseando a Barthes, es el "punctum" de la foto.

Tal vacío me ha removido y me ha llamado y llevado a la acción. A analizar que por el ángulo en el que fue tomada la foto y por la posición en que él se encuentra dentro del terreno, esa grada debe corresponder a la del center field del campo. A restar que si el aforo de aquel Yankee Stadium era de 58.000 personas y las crónicas del momento hablan de 50.000 presentes, entonces esas 8.000 que deben faltar son las de esa grada. Pero, ¿por qué no están esas personas allí?, ¿por qué no fueron?, ¿o es que fueron y por causa de la lluvia prefirieron resguardarse mientras escampaba? ¿Por qué ese vacío?

Como no le he conseguido explicación, al menos me he consolado con una interpretación más o menos literaria: la grada vacía como símbolo de la soledad del enfermo, como representación de la triste realidad de Ruth en ese instante. En la foto del Púlitzer él está de espalda, su tres inmortal es lo que queda y de fondo están sus compañeros del 23 y una tribuna repleta. Es una gloria triste, con sabor a despedida, pero gloria al fin. En esta foto, por el contrario, el hombre enfermo y disminuido está de frente, tiene rostro, se le ve (cosa importante), y en ese vacío de atrás está la desolación de una enfermedad que acaba con todo.

La muerte de Ruth, que efectivamente sucedió tiempo después, es gritada y casi profetizada en esta foto, de todas, quizás, la más humana y por eso la más dramática. Porque también la del Pulitzer profetiza su muerte, pero una muerte en gloria, una muerte épica, cuya consumación da inmediato origen al nacimiento, sin ese obstáculo de la vida, a una auténtica e inmortal leyenda. Cosa que no pasa en ésta, en la que quien morirá es un hombre con estampa de enfermo y rostro sereno. Un hombre de carne y hueso, y, como todos, mortal. Mortal y solo.